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Audiolibro

junio 13, 2014 7 Columnas, La Lola se va a los puertos, Lo Ultimo 1 comentario

No sé tú, pero yo estoy ya en un “modo vacaciones” que no puedo más. Yo creo que tanto día libre con el tema de las elecciones, más la fiesta del lunes pasado (Agios Néfmatos, que viene a ser el Espíritu Santo), más el calorcito, pues ya no tengo ánimo ni para regañar a los niños porque no quieran hacer los deberes. Menos mal que esta semana estoy teniendo numerosas oportunidades de “inmersión cultural” en el LEA, que ya te conté la semana pasada qué era.

La lola

La lola

Con la excusa de que la jefa está haciendo unas entrevistas en vivo y en directo a escritores que participan en el festival (si quieres enterarte más de esto, mira la sección de cultura, que nuestra compañera Linda no deja pasar un evento sin contárnoslo), me estoy escaqueado fuertemente de mis compromisos maternales. En cuanto tengo ocasión, me meto en el metro y me voy al centro. Esta semana ya varias veces.

Además he descubierto una nueva manera de leer en el metro, sin tener que sujetar un libro y sin terminar con los ojos rojos porque se te han olvidado las gafas en casa: el audiolibro. Yo, que soy muy de libros de papel, ya tuve que reconocer la practicidad del libro electrónico. Al principio me resistía, la verdad, pero cuando mi marido me lo regaló, coincidió que me estaba leyendo una de las gordas de Ken Follet (bueno, una de Ken Follet. Son todas gordas), que me había enganchado en el primer capítulo. A los dos días viajábamos a Madrid y la diferencia entre llevarte un mamotreto de 1.500 páginas y un aparatito que ni te das cuenta que lo llevas en el bolso, pues hay que reconocer que es grande. Sobre todo ahora, que en Aegean han cogido la mala costumbre de cobrarte el equipaje desde la primera maleta.

Pues lo que te digo, que habiendo ya sucumbido al “eBook”, el tema audiolibro ya me parecía demasiado. ¿Leer sin leer? Pues tiene su punto, no te creas. Que tienes un momento en el que cogerías una novela, pero te viene mal tener las manos ocupadas o tienes que estar moviéndote de un lado a otro, pues te colocas los auriculares del móvil, que eso siempre lo tienes a mano, y a escuchar la historia que te cuenta un señor o una señora, con una estupenda voz y con musiquita de fondo.

Para el metro es estupendo. Aunque corres el riesgo de meterte tanto en la historia que te pases de estación. O como me pasó a mí el otro día: Yo tan feliz, yendo hacia el centro, oyendo mi audiolibro, sentadita tan a gusto y viendo el paisaje (ya te he contado que desde mi barrio, el metro la mayor parte del tiempo va por encima de la superficie). Llegamos a una estación, el metro hace su parada, se abren las puertas y empieza a salir gente. Yo, absorta en lo que me estaba contando la profunda voz del narrador, sigo a lo mío. De repente me tocan un hombro, miro y me encuentro a una chica que, en un vagón vacío, me dice que hay que bajarse, que el metro no sigue más adelante. ¿Cómo que no sigue?

Pues nada hija, el metro no sigue porque ha habido un “accidente” más adelante. Un suicidio. Qué mal rollo. Se me encoge el estómago un poquito y guardo los auriculares para no volver a quedarme aislada de la realidad.

Hago un transbordo más del previsto y no puedo dejar de pensar en el suicidio y en lo chungas que están las cosas. En el rato que dura el trayecto de una estación a otra, tres personas, con pinta aparentemente normal, nada de harapos ni suciedad, se me acercan para pedirme una ayudita.

Aunque lo de dar limosna es algo con lo que tengo una relación complicada, en esta ocasión acabo con el suelto que llevo en el monedero, probablemente sugestionada por la idea de que, en un arranque de desesperación, se tiren al metro, como el otro. O la otra.

Como me estoy comiendo demasiado la cabeza, vuelvo a ponerme los pinganillos para evadirme. Saliendo del metro consulto en el GPS cómo llegar a “To Lexikopolío”, la librería donde la jefa hace las entrevistas del LEA (Un sitio altamente recomendable, tiene libros en todos los idiomas, y si no tiene el que buscas, te lo traen. Buenos precios, unas libreras simpatiquísimas y un entorno de lo más agradable, con sus mesitas para consultar libros y para tomarte el café que amablemente te ofrecen). Con el móvil en la mano y oyendo a mi lector particular, todavía tengo que evitar a una chica que me pone un lápiz, o algo que se le parece, enfrente de la cara. “Den me endiaféri, efharistó”, le digo, “no me interesa, gracias”, y sigo caminando, siguiendo la ruta que me marca el teléfono, con el ánimo un poco apagado.

Cuando he recorrido ya unos cincuenta metros me viene a la cabeza la imagen de la chica con el lápiz. O mejor dicho… del lápiz. Un lápiz negro, con una capucha gorda y gris, seguramente un sacapuntas incorporado. Exactamente igual que el lápiz de ojos que me compré en el avión en el último viaje…¡Mi lápiz! ¡Se me debió caer al sacar el móvil y la chica me lo estaba dando!. Y yo que “den me endiaféri”. Hay que ser…

Estaba sin estrenar, así que espero que la chica, cuando deje de pensar, con toda la razón del mundo, que soy una imbécil, lo disfrute con salud.

Lola Larreina para AtenasDigital.com

Hay 1 comentario en esta entrada:

  1. O. dice:

    Vaya, audiolibro, buena idea, tomo nota, mis ojos también lo agradecerán.
    Del suicidio jamia que mala suerte, menos mal que no lo viste, me pasa a mi y me queda mal cuerpo para unos cuantos días.lo que no te pae a ti!!!!!
    Bueno, que te pasen cosas y nos sigas contando.

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