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Spetses, de repente

agosto 8, 2014 5 Turismo, Lo Ultimo No hay comentarios

Linda Baseggio.- A pesar de lo que nos dice el sentido común cuando pensamos en la palabra “vacaciones” (organizarse, reservar con tiempo, prepararse a la multitud, tener mucha paciencia, etc…) este viaje a Spetses, la isla argo-sarónica más lejana de Atenas, surgió así, sobre la marcha, un día cualquiera del mes de agosto. Simplemente, a las siete y media estaba todavía en la cama preguntándome qué hacer y a las ocho y media ya estaba en el Flying Dolphin XVII, rumbo a Spetses. Eso sí, dormida.

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Bouboulina | Linda Baseggio

Dos horas y una parada en Hydra después, desembarco en el pasillo de hormigón que es muelle de Spetses preguntándome quién soy y que hago allí. Una charla con Bernardette, pianista franco-griega que da las informaciones turísticas en todas las lenguas conocidas, no me ayuda a aclararme las ideas: no hay mapa ni folletos turísticos (¡maldita crisis!) y, sobre todo, la falta de café empieza a hacerse notar. Estrechando entre mis manos un papelito con las indicaciones para una guía virtual para smart phones, decido resolver el primero de mis problemas entrando en un bar. Cristina, la barista, es amable y su vecino, Aléxandros, de profesión alquilador de motos y de vocación “friend of people”, tiene un Piaggio amarillo que, por 15 euros, me devuelve la sonrisa. Hasta me animo y visito la casa de Laskarina Bouboulina, heroína nacional y mi almirante favorita junto con Colón. Llena de pensamientos patrióticos, estoy lista para empezar el periplo de esta isla con nombre de sazonador.

Spetses es pequeñita: mide 27 km², tiene un total de 30 km de senderos y una carretera que, en 18 km, le da la vuelta a la isla entera. A pesar de eso, repuesto 5 euros de gasolina en la única gasolinera abierta de la isla, en Agía Marina (abierta de 8 a 20 de lunes a viernes, con horario reducido los fines de semana) porque la idea de que mi caballo de acero me abandone por falta de combustible me deprime. Siguiendo los consejos de Aléxandros, voy hacia el oeste y me muevo en el sentido de las agujas del reloj.

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Burro amarillo | Linda Baseggio

En mi periplo me encuentro con otros moteros y nos saludamos con un toque de bocina: en Spetses no hay coches (solo unos cuatro taxis y unos autobuses), pero hay carrozas de caballos, bicicletas y mucha moto. El scooter es el nuevo burro: se carga con maletas, cestas de pescado, bolsas de la compra; montan familias enteras, colocando a los niños dormidos como el queso en el sandwich; los viejos se van a pescar descalzos con la caña como una lanza en ristre y tan contentos. Será el verano, será este burrito amarillo que cabalgo, serán mis reflexiones sociológicas, pero me siento libre y feliz.

Spetses es una tierra de contrastes: puede que, al lado de unas villas con helipuerto protegidas con alambre de púas, esté funcionando un vertedero que quema la basura así, sin más. El paisaje es el típico de esta franja de tierra desmigada del Peloponeso: roca, bosque mediterráneo (más verde en la ladera norte, más seco en la opuesta), playas de piedrecitas.

Las playas se distribuyen a lo largo de todo el perímetro isleño: las hay tranquilas (como Xilokeriza), medio tranquilas (como Agía Paraskeví y Agios Anargiri) y dignas de Ibiza (como Vrelos). A la mayoría de ellas se puede llegar por carretera, pero a las de la ladera norte, como Zogería, no me atrevo a bajar por el mal tiempo incipiente y por la mala calidad del sendero: con un quad lo habría hecho, pero con dos ruedas no. Eso sí, en la bahía se ven muchísimos barcos fondeando, lo cual indica un lugar muy bonito.

A la hora de comer, se puede optar por picar algo en las playas (en Xilokeriza hacen buenos kalamakia a 2 euros cada uno y en Agios Anagiri está Manolis, una psarotaberna muy concurrida por extranjeros y locales). Yo, siguiendo otra vez los consejos de Aléxandros, me vuelvo a Spetses, en el Drosopigí, donde Spyros me trata como una baronesa a pesar de llegar en burro (de 16 a 20 hay happy hour: un menú con bebida 8 euros, una pita giros a 1 euro).

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Terraza Poseidonion | Linda Baseggio

Hay algo verdaderamente chic que quiero hacer antes de irme: el café me lo voy a tomar en el Poseidonion. Este lugar mágico surge a escasos metros del centro exacto de Spetses y en 2014 festeja sus cien años, siendo así el hotel más antiguo de todos los Balcanes. Intentando disimular los desperfectos de un día a la intemperie, llena de sal y con un pañuelo rojo en la cabeza, atravieso el inmaculado umbral de este templo de la elegancia y me olvido de mi misma, respirando la historia. Los lirios inmaculados que perfuman el aire desde un jarrón de cristal, el piano de cola negro con un registro abierto en la página del año 1932 y un café aromático preparado de manera impecable por Dimitris me reconcilian con el mundo: ¡este lugar lleva esperándome desde principios del siglo pasado!

A lo lejos se oyen los truenos del temporal que ya está en Atenas, pero aquí, en la terraza del Poseidonion, me siento bien, abrazada por el viento y por la oscuridad del cielo. Sigo sin saber quién soy y qué hago en este viaje muy grande que es la vida pero realmente, mientras haya alguien que me prepare un buen café, me importa menos.

Informaciones prácticas:

– para ir a Spetses desde el Pireo hay unos cinco/seis barcos rápidos diarios, con duración del trayecto de entre 150 y 300 minutos, dependiendo de las paradas. El pasaje cuesta 35 euros, en temporada alta los estudiantes de la universidad de Atenas viajan con el 25% de descuento;

– en la isla se pueden alquilar motos y bicicletas, pero hay que ser un poco entrenado para la bici, ya que hay bastante cuesta;

– dormir en el Poseidonion es un sueño y, como todos los sueños, no tiene precio. Las habitaciones, de todas formas, sí lo tienen y es a partir de 350 euros la noche. Hay ofertas a lo largo del año que conviene controlar en la web www.poseidonion.com.

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