Entrevista a Manuel Vicent
El pasado 20 de septiembre, con motivo de la presentación en el Instituto Cervantes de Atenas de los reportajes realizados por ocho conocidos escritores para El País y bajo el título “Testigos del Olvido”, Atenas Digital tuvo la oportunidad de entrevistar al escritor Manuel Vicent, autor del reportaje “Fuego cruzado en Colombia”.
Manuel Vicent (Castellón, 1936), tiene a sus espaldas un amplísimo currículo como escritor y periodista. Ambas ocupaciones plagadas de premios y éxitos editoriales que en algunos casos (Son de Mar, Tranvía a la Malvarrosa), han sido adaptados a la gran pantalla.
Entrevistar a un “gigante de las letras” no dejaba de producir cierto nerviosismo a esta reportera, que llegó a las instalaciones del Instituto Cervantes de Atenas, algo atemorizada ante la talla literaria del entrevistado.
La cosa, sin embargo, fue fácil desde el principio. Manuel Vicent me recibió con una amplia sonrisa y con ganas de conversar. Fue una hora de preguntas, sí, pero sobre todo de respuestas relajadas, de anécdotas, de compartir vivencias. Durante una hora me dejé envolver por la luminosa inteligencia de mi entrevistado. La sensación, al dejar el Instituto, fue que me tendría que dejar las pestañas para conseguir editar esta entrevista de una manera, al menos, presentable. Tenía la sensación de que había estado una hora charlando con un oráculo del pasado inmediato de nuestro país. Una persona que, habiendo nacido el año que comenzó la guerra civil española, lo había visto y vivido casi todo.
Atenas Digital. El motivo de su visita es la presentación del reportaje “Fuego cruzado en Colombia”, que se encuadra dentro del proyecto “Testigos del Olvido”, auspiciado por la ONG Médicos sin Fronteras, y el diario El País. ¿Cómo valora esta experiencia y qué cree que aportan este tipo de iniciativas?
Manuel Vicent. Bueno, la verdad es que este tipo de proyecto no me vino de nuevas. Y a hace unos diez años colaboré con Médicos sin Fronteras en una serie de reportajes realizados por escritores del ámbito mediterráneo. En aquella ocasión visité el campamento de refugiados ruandeses en Benako, Tanzania. Tuve la suerte de estar acompañado por un estupendo fotógrafo neoyorquino de la agencia Malcom que había estado en todas las guerras. En esta ocasión elegí Colombia, entre otras cosas por el idioma, porque te acerca más a la gente. Yo había estado ya en otras ocasiones en Colombia, en Bogotá, en Cali e incluso en Medellín en uno de los momentos de más violencia. En esa sociedad, cuando la realidad está tan unida a la muerte, la vida es de una intensidad brutal. Son las dos caras de la misma moneda: la vida y la muerte. Es fantástico. Por eso quise ir, aunque cuando vieron mi edad, dudaban de que fuera a estar a la altura de las circunstancias, pero oye, me dije, que todavía no estoy para estar todo el día sentado en el Cafe Gijón, yo voy. Y fue una experiencia increíble. Aunque reconozco que vas un poco acobardado. Hay que decir que además, en Colombia, como están entre dos bandos, la guerrilla y los paramilitares, suelen considerar sospechosa a cualquier organización no gubernamental, pues suele suponerse que están más cerca de la izquierda, de la guerrilla. Pero con Médicos sin Fronteras es distinto, tiene prácticamente carta blanca, porque la necesitan ambos dos bandos. Siempre hay un momento en que la gente enferma, y ahí están ellos. Fue una experiencia fantástica, y como uno no puede dejar de escribir y de ser literato, aunque es un reportaje periodístico, está teñido de literatura. Además, a la hora de la verdad, si estás en peligro, no lo sabes. Y como me dijo un periodista de allí… aquí el peligro no es la guerrilla, ni los paramilitares, el peligro son los mosquitos.
Y en cuanto a lo que aportan, pues yo creo que poco. Pero más vale poco que nada. Es una publicidad literaria de Médicos sin Fronteras, que están dándolo todo, están en las fronteras del peligro y de la miseria humana. Y están ahí por nada, por nada, porque cuando yo estuve en Tanzania, en ese infierno que es el campo de refugiados donde malviven 250.000 personas, ví a misioneros y misioneras, y cuando les ves, vale, lo hacen por solidaridad, pero sobre todo lo hacen para salvarse porque creen en Dios. Sin embargo, estas enfermeras, estos médicos, son agnósticos en su mayoría. No lo hacen por ir al cielo o por ser un héroe. Lo hacen sólo por solidaridad.
Por otro lado cuando haces este tipo de trabajos tienes que olvidarte de ti mismo, y de tu estilo literario. No, lo haces para estar próximo a la gente. Y te equivocas si piensas más en ti o en tu propia literatura.
AD. Últimamente, leyendo sus artículos en El Páis, me da la sensación de que menciona muy a menudo la informática, los ordenadores. ¿Cree que con los avance tecnológicos ha cambiado un poco la esencia del periodismo?
M.V. Ha cambiado todo, hasta el lenguaje, y el dedo gordo se ha vuelto un poco cerebro. Así como el mono consiguió pasar el dedo gordo al cerebro, nosotros hemos recorrido el camino en sentido contrario. Yo el ordenador lo utilizo para escribir, claro, como si fuera una máquina de escribir divertida, pero vamos, en el bosque informático, yo voy dejando piedrecitas para poder volver. Yo tengo un hermano informático y él fue el que me convenció de que esto era estafa a nivel mundial: cuando ya has aprendido cómo funciona un aparato, entonces llega uno nuevo. Lo que antaño era la filosofía de Sócrates, ya que estamos en su tierra, en la actualidad es un manual de instrucciones, el libro que te sirve para interpretar las nuevas tecnologías. Yo no he conocido a nadie que no tenga sentimiento de inferioridad frente a su ordenador. Frente a un ordenador te sientes como si estuvieras delante de un poder que, para empezar, no sabes cómo funciona. Tampoco conoces a los enanitos que hay dentro. Intentas tratarlo bien, para que se porte bien contigo. Porque si te sale “error”, entonces estás perdido, a ver qué haces tú ahora…?
AD. ¿Apagar y volver a encender?
M.V. Exactamente, lo mismo que haces tú cuando te vas a dormir. Reinicias. Apagas el cerebro y por la mañana lo reinicias. Evidentemente está trasformándolo todo. Pero bueno, la sociedad ya la cambiaron los electrodomésticos, sobre todo la televisión. Un amigo mío italiano, escritor, odiaba la televisión, y un día le llamaron de la RAI para hacerle una entrevista. Cogió el teléfono su mujer y le dijo, te llaman de la televisión, y su contestación fue: pues espera que les paso con el friegaplatos y que hablen entre ellos.
AD. Con las nuevas tecnologías estamos sufriendo un bombardeo constante de información. ¿Se está cruzando la delgada línea roja entre lo que es simplemente dar información y manipularla?
M.V. Sin duda. Mira, el otro día me llamaron del periódico, extrañados porque había abierto una cuenta en Twitter. Yo también me extrañé, porque no lo había hecho. Pero habían suplantado mi identidad y escribían cosas que he dicho, frases de mis libros. Incluso tenía ya un montón de seguidores. Alex de la Iglesia -que a saber si era él- me dio la bienvenida y todo. Tanto el periódico como la editorial mandaron notas desmintiendo que fuera yo, porque claro, en lugar de una frase que es realmente mía pueden decir cualquier brutalidad…
A.D. ¿Y ahora, con la crisis, cree que se está manipulando información, que a la vez manipula a los mercados?
M.V. Evidentemente. Uno suelta un rumor y se desencadena un cataclismo. Pero yo creo que al final, se va a llegar a que a nadie le importe nada. Yo me voy a mi huerto, a mi ensalada de tomate, a mi amigo, a mi amiga, y a mí que me dejen en paz. Total, de todas maneras estás constantemente enfocado, pues hago lo que me da la gana. Mira, si hubiera habido cámaras en la famosa habitación de Sofitel, nos habríamos enterado de lo que pasó y nos hubiéramos ahorrado todas las opiniones y las noticias. Creo que va a haber que llegar a eso, a que lo sepamos todo de todo, y cuando sea así, seremos invulnerables.
A.D. He visto esta mañana en El País que Vargas Llosa, otro de los escritores que participa en “Testigo del Olvido”, ha señalado en un artículo que cree que el PP está más preparado para afrontar la crisis. ¿Cómo ve las cosas en España después del 20-N?
M.V. Pero ¿cómo puede decir que está más preparado? ¿Basándose en qué? Yo creo que la intuición que tiene la gente es que como suelen ser más amigos de los banqueros, pues que lo resolverán como en familia. De todos es sabido que Botín, con Rubalcaba, nada de nada. Si puede ponerle piedras en el camino, se las pondrá. Los bancos, las empresas… seguro que no tienen mucha relación con Tomás Gómez, pero ¿con Esperanza Aguirre?. Son los amos del dinero. Ten en cuenta que, históricamente la derecha ha contado con los bancos, con las empresas, con los militares, con la iglesia, con las instituciones, incluso con los jueces. Y además de todo esto, tiene a los pobres que quieren ser ricos, que quieren ser de derechas y vivir como ellos. Yo, de todas maneras, creo que hay que ser optimistas, y que no ganen por mayoría absoluta. Yo con eso firmo, porque si no ya verás la que se son viene encima: rayas del pantalón bien planchadas, borlitas en los zapatos y pelos engominados.
A.D. En una ocasión dijo “El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla” ¿Cree que el movimiento de los indignados se está encontrando con la verdad, en el sentido negativo de la frase?
M.V. Como flujo, la indigación está ahí, es el magma, pero se quedará en nada si no se organiza. El máximo horizonte de un indignado no puede ser romper un escaparate. Hay una evidencia y es que la gente está angustiada, porque el futuro para muchos es el ayer. Pero claro, cuando la cosa se estructura ya hay una jerarquía, hay uno que manda y otro que obedece. Entonces se autofagocita. Como decía Ortega y Gasset, “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”, y no sabemos cómo hacer para resolver esto. También lo decía Socrates “solo sé que no sé nada”, pero claro, lo que no se dice es que al ver que la gente se reía de su ignorancia, les decía “y vosotros sabéis menos todavía”. Si nos centramos en Grecia, en la época en la que muy poca gente trabajaba y sobre todo se sentaban, vestidos con sus sábanas, a hablar, e inventaron la filosofía, que como decía Joan Fuster era discutir de cómo había que coger por los testículos a una vaca, o sea nada. Pero inventaron la filosofía, y la democracia. Pero llevado a nuestros días, pues Grecia no cumplía ninguno de los requisitos para entrar en la Unión Europea, pero ¿Como dejar fuera a la fundadora de Europa? Grecia entró por romanticismo, por literatura, pero no por capacidad de organizar el trabajo. Y así lo ve el trabajador que está en Stuttgart, donde es de noche a las tres de la tarde y está con la fresadora. Y quiere que le devuelvan el dinero prestado, pero lo que les han prestado ha sido para comprar armas, submarinos, carros de combate. Y los griegos de ahora siguen haciendo lo que hacían entonces, se han llenado de funcionarios que se pasan el día sentados, tomando café, hablando, que es lo que ellos quieren hacer, lo que hacen bien, porque no tienen ningún interés en atacar a nadie. Lo que quiero decir es que Europa no está bien soldada, que es un invento financiero. No me hagas mucho caso porque no tengo mucha idea, pero la sensación que me da es que nadie sabe nada y hoy todo es global, el dinero es electrónico, el dinero es mental, como la codicia, y universal. Y luego está la moral, que si vemos lo que ha evolucionado desde los tiempos de Sócrates y lo comparamos con lo que han evolucionado la tecnología, la diferencia es brutal. El desnivel que hay entre la sensibilidad moral y la alta tecnología rompe el espíritu humano. Y después lo que comentábamos de la información, antes de venir, oía lo que estaba pasando en Grecia y parecía que me iba a encontrar a la guerrilla y que todo estaba paralizado, sin embargo, mi avión llegó puntual, el taxista también. Bien es verdad que te das cuenta de la situación de protesta social cuando estás por el centro, pero si no hubiera tenido la información que tenía, hubiera tenido una sensación muy similar a la que tuve la primera vez que vine a Grecia, en mi viaje de novios. La misma gente, un poco desastrada, muy simpática, habladora, muy exterior.
AD. Pasamos a su faceta de novelista. Se dice de usted que es un escritor difícil de encasillar porque cultiva todos los estilos. Su última novela es una biografía de Jesús Aguirre, último Duque de Alba. ¿Se atreve a aventurar qué es lo que pensaría Aguirre de la boda de la duquesa?
M.V. Pues me encontré el otro día a un amigo por la calle, que no daba crédito ¿pero de verdad que se casa? No debería, añadió, porque a mí me parece que, con todos los respetos, es abaratar mucho la mercancía. Este amigo también conocía a Aguirre y claro, Aguirre era un héroe, era de un pedigrí increíble: hijo natural, cura, excura, homosexual, lo tenía todo para ser ese capricho de una duquesa de Alba. Después de toreros, artistas, gitanos, ¿qué tenía que venir?, un raro (ríe).
AD. Quizá su faceta menos conocida es la de galerista…
M.V. Es que no soy galerista. Lo que ocurre es que cuando yo escribía en el diarío Madrid, aquel que dinamitaron, yo escribía crítica de arte. Y cuando me quedé sin trabajo pensamos en poner una librería con amigos y demás, pero era un problema aquellos días, y como había estado haciendo crítica de arte, conocía a pintores, a artistas y mi mujer quería trabajar fuera de casa, pensamos que podía poner una galería y yo la ayudaría con mis conocidos artistas. Pero la galería fue siempre de mi mujer. Bien es cierto que durante algunas temporadas yo andaba por la trastienda. Pero ya hace quince años que es de mi hija.
AD. Y cómo cree que es más fácil ganarse la vida hoy en día, ¿con el arte, con la literatura, con el periodismo?
M.V. Con el arte ahora, nada. El arte es muy cíclico, siempre con subidas y grandes bajones. Además ahora es un mercado más directo. Los propios artistas tienen sus páginas web y venden su obra ellos mismos. La misión de las galerías, como la de mi mujer, que era dar a conocer a la gente que empezaba, están ahora de capa caída. Las grandes galerías y los marchantes están ocupados llenando de obras todos los museos que se están abriendo, por ejemplo, en China. El mercado del arte es muy sensible y es el primero que se para cuando hay crisis y el último que se vuelve a poner en movimiento cuando se empieza a remontar. En cuando a la literatura, pues, si das en la bolita, si lo que escribes tiene éxito, pues indudablemente ganas dinero, pero hay que acertar. Lo mismo que pasa con el cine. Como decía Rafael Azcona, “desengáñate, si esto del cine fuera realmente un negocio, lo haría Botín, no nosotros”. Y el periodismo… pues en estos días todo es complicado. Mira, mi hijo ha sido corresponsal de El País, en Cuba, durante veinte años. Y ahora lo han vetado y se ha quedado sin trabajo. Ahora tiene que volver a España, con familia cubana. Se tienen que adaptar al país… En fin, qué te voy a contar. Ahora con internet y la cultura de la gratuidad… El placer que producía en aquellos ácratas de los años 60 el hecho de robar un libro, ahora lo tienes pulsando una tecla. Pero el capitalismo nunca da nada gratis, sino que es como el que te regala papelinas para que te enganches a la droga. Va a llegar un momento en que la fiesta se va a acabar y como no pagues, te vas a electrocutar, y seguro que lo conseguirán.
AD. ¿Qué consejo le daría a Papandreu?
M.V. Que no pague (ríe), que no pague nada. Porque si no paga ¿que pasa? Pues que va a ser la primera ficha del dominó, y detrás vamos todos ¿no?. O eso, o que vaya a la cárcel, como han hecho los finlandeses, que han metido a los banqueros en la cárcel. No, no me hagas mucho caso… eso sí, espero que aquí no lleguen a lo que han llegado los políticos en España, que se ponen verdes unos a otros, pero no se preocupan por solucionar la cuestión concreta.
Todavía nos quedamos unos minutos más charlando de lo humano y lo divino, hasta que se nos comunica que hay compañeros esperando para proseguir con las entrevistas. Me despido de Manuel Vicent con la sensación de haber estado en una de sus tertulias en el Café Gijon, y con la certeza de que tengo un arduo trabajo por delante: poner filosofía en negro sobre blanco.
Autora: Ana de Miguel
Fuente de la imagen: Ana de Miguel