4. Llanto lacrimógeno
Como aún no tengo dibujado un mapa mental de Atenas en mi mente me resulta muy fácil perderme. Es normal, creo yo, sentirse algo desorientado ante esta situación. Pero como reza el dicho, las cosas siempre se pueden poner peor.Como aún no tengo dibujado un mapa mental de Atenas en mi mente me resulta muy fácil perderme. Es normal, creo yo, sentirse algo desorientado ante esta situación. Pero como reza el dicho, las cosas siempre se pueden poner peor.
El otro día tuvo lugar una huelga contra las nuevas reformas de austeridad que el gobierno conservador de Samarás ha impuesto. Yo me encontraba aquella mañana en la céntrica estación de Monastiraki y estaba creía inocentemente confiado en que el hecho de que hubiera una manifestación no afectaría a mi desordenado día a día en Atenas. Pero claro, nadie me había dicho que cuando los griegos se cabrean, se cabrean de verdad.
La estación era un ir y venir de gente. Yo estaba de pié, apoyado en una pared del hall principal y empecé a notar cierto revuelo. Muchas personas de las que pasaban junto a mi llevaban la cara manchada de polvos blancos que no pude identificar, pero al poco me di cuenta que la mayoría de gente que tenían el rostro manchado con esa misteriosa sustancia llevaban también los ojos irritados. “Me parece que han habido problemas con la policía”, pensé sin darle demasiada importancia.
Empecé a percatarme también de que mucha gente en la estación llevaba máscaras de gas colgadas del cuello, aunque este detalle tampoco me hizo sospechar nada de lo que estaba a punto de pasar. Casi en unos segundos, una treintena de personas aparecieron en el hall desde la zona donde paran los trenes. Portaban banderas rojas y comenzaron a gritar a todos los que habían a su alrededor. No hace falta decir que no entendí una sola palabra, aunque no era necesario para intuir lo que sucedía. Mucha gente se apartaba al paso de los manifestantes, que seguían llenando la estación de Monastiraki con sus gritos.
Y entonces, la situación estalló. Salidos de la nada, decenas de personas entraron corriendo desde la calle, justo en el sentido contrario por el que habían aparecido los de las banderas rojas. Me sentí confuso, en un momento Monastiraki se había llenado de gente y yo ni siquiera podía ver que ocurría en la calle y por qué una marabunta de gente había entrado tan de golpe.
Me dirigí hacia al puerta principal como pude, esquivando a los que entraban como locos en la estación, gritando en griego y con las máscaras de gas puestas. Cuando conseguí llegar a la entrada comprendí la razón de tan caótica situación. Dos filas de al menos veinte policías antidisturbios cada una, se dirigían en una terrorífica formación hacia la estación con sus escudos en ristre.
“Españolito veinteañero llega a Atenas y le parten la cabeza a los pocos días”, pensé. Al menos sería una buena historia que contar cuando volviera a España. Para colmo, una mano me agarró fuertemente entre la multitud. El sobresalto duró poco, se trataba de un amigo con el que había quedado en la estación. “Vamonos de aquí”, fue su saludo. Los antidisturbios se habían detenido y miraban hacia donde nosotros estábamos. La cosa era más o menos: los manifestantes a un lado, la policía a otro y nosotros dos en medio, pensando en nuestras madres.
La situación no fue a más y la policía comenzó a marchar en dirección hacia un acalle cercana. Aprovechamos el momento para salir de la estación mientras muchos de los que estaban a nuestro alrededor le gritaban cosas a los antidisturbios.
Subimos con paso ligero la calle que hay justo enfrente de la plaza de Monastiraki mientras hablábamos de lo que acababa de pasar y de lo que hubiera pasado si la policía hubiera decidido cargar contra la gente que estaba en la estación. En seguida descubrimos que a los pocos metros de donde estábamos se desarrollaba una pequeña batalla campal. Ante nosotros, un grupo de policías y otro de manifestantes se lanzaban mutuamente bombas lacrimógenas, bolas de pinturas y cosas por el estilo. Nosotros observábamos la escena, casi con la curiosidad que un turista contempla el Partenón, hasta que el gas pimienta que fluía por el ambiente nos empezó a acuchillar los ojos. Entre lágrimas lacrimógenas decidimos cambiar de dirección y buscar algún lugar más tranquilo. Estuvimos viendo antidisturbios por la calle hasta bien entrada la noche.
Resultado: 50.000 manifestantes, centenares de heridos, varios detenidos, un pueblo furioso al ver que su nivel de vida baja mientras el gobierno intenta salvar a la banca y dos españoles sanos y salvos, aunque con la tensión más alta de lo normal.
Fuente texto: Luis Cañivano Heredia
Fuente imágenes: Luis Cañivano Heredia
Tiene algo de aventura tu estancia en Atenas hasta ahora, no? Muy interesante todo lo que escribes, espero que sigas así… Un saludo!