La crisis en Atenas genera una nueva casta de pobres
Ingrid Haack. Atenas, 27 abr (EFE).- En la colina de Filopapos -entorno natural privilegiado con vistas a la Acrópolis y lugar de encuentro de las ninfas-, en medio de los pinares y ocultos en las cavidades de la gigantescas rocas viven Yannis, Dimitris y Yorgos. Los tres pertenecen a la nueva casta de pobres que ha engendrado la crisis.
Los turistas que pasean por estos parajes siguiendo los empedrados caminos que llevan de un sitio arqueológico a otro difícilmente pueden imaginar que en este idílico lugar moran más de una docena de personas -en verano son incluso unas cuarenta-, ocultas en casas improvisadas entre matorrales o en pequeñas cuevas.
Yannis tiene 58 años y desde septiembre pasado vive aquí con cuatro perros; uno de ellos incluso tiene su propia caseta. Yannis, no. Él tiene un par de lonas, un pino y un arbusto, debajo del cual se ha montado todo un hogar.
Hay una radio, un fogoncillo, mucha ropa, un frutero con naranjas y hasta algún objeto de decoración.
«Al mediodía me preparo unos huevos pasados por agua, ensalada, pan. Hasta tengo vino y coca-cola», dice a Efe sin atisbo de queja: «Por la noche, como en la parroquia».
Yannis sabe de cocina. Es chef y ése es su problema. El año pasado, en el momento más acuciante de la crisis, el hotel donde trabajaba le anunció que le recortaba su salario a la mitad. Él no estaba acostumbrado a trabajar por una «miseria» de 1.000 euros, dice.
«Mi error fue no darme cuenta de que ya tengo 58 años. Pensaba que iba a encontrar un trabajo enseguida, pero no fue el caso. Al principio todavía pude tirar de mis ahorros, pero una vez que se me acabaron, me vine aquí», explica.
Yannis se va sacando algún dinero recogiendo plástico y metales: «Cuando reúno 200 kilos, los vendo y me dan unos 200 euros».
Su historia parece acercarse a un final feliz. Para la temporada de verano ha encontrado trabajo en varios hoteles, dice, lo que le permitirá reunir dinero para alquilar después un apartamento.
Dimitris es su vecino más cercano. Vive a unos cien metros de distancia, prácticamente pegado al sendero turístico, lo que le ha causado muchos problemas con las autoridades arqueológicas, entre otras cosas porque en los seis años que lleva viviendo aquí ha transformado su entorno natural en las paredes de su casa.
De los árboles cuelgan avioncitos de madera, un tren de hojalata y hasta un cuadro con motivos florales. Al lado de los pinos, y eso es lo que más problemas le ha traído, ha plantado troncos de Brasil; no son precisamente las plantas que uno se encuentra habitualmente en medio un pinar.
Dimitris tiene 65 años, y no tiene ni la más mínima esperanza -ni probablemente ganas- de regresar al sistema. Al igual que Yannis, es un hombre al que le gusta leer, no bebe, no desvaría, está perfectamente arreglado, la barba recortada, la ropa limpia.
Hace seis años perdió su último trabajo en una empresa de limpieza y desde entonces vive en este bosque. Él también va haciendo algún que otro trabajo. El último fue ayudando a acondicionar un pequeño teatro en el centro de Atenas. La comida se la trae todos los días un amigo que cuida de él.
Yannis y Dimitris no tienen mucho contacto entre sí, ninguno de los «colonos» de Filopapos parece haber hecho amistad con algún vecino. Como mucho se respetan.
Estos hombres tienen algo en común, además del hecho de que han preferido retirarse a este bosque urbano, con vistas al mar de cemento que es Atenas. Lo que les une es un amor propio y unos principios que colocan por encima de todo. Más vale ser pobre que esclavo. Esa parece ser su consigna.
El mejor ejemplo lo ofrece quizás Yorgos, o mejor dicho, el señor Yorgos, como lo presenta Dimitris al llevarnos hasta su casa, donde un cartel de cartón que dice «Villa Yorgos» recibe al visitante.
Yorgos tiene 63 años y es marmolista. Hasta hace un año trabajaba como empresario autónomo. De repente, el golpe que la crisis asestó también en Grecia al sector del ladrillo lo convirtió en un jornalero.
«No estoy dispuesto a trabajar por veinte euros al día. Llevo muchas décadas en esto. Le he enseñado a muchos la profesión», cuenta.
Yorgos ha sido además músico: ha recorrido medio mundo -en Argentina vivió ocho meses- como guitarrista y cantante.
También él prefiere juntar y vender basura y sacarse con ello de vez en cuando veinte euros, pero sin depender de nadie, que ganar lo mismo sometido a las órdenes de un patrón.
Aunque se trate de casos muy particulares, estos tres hombres solo son un ejemplo del coste humano que ha tenido la crisis.
Según un estudio de la ONG Klimaka, el número de los sin techo en Grecia (11 millones de habitantes) alcanza ya las 20.000 personas, de las que una de cada cinco posee un título universitario. EFE