Entrevista con Ignacio Gómez de Liaño
Atenas, 24 de septiembre – Pocas veces se tiene la ocasión de poder escuchar a un sabio, algunas porque ya no quedan muchos, otras porque, quizás, rodeados de tanto ruido hemos perdido la capacidad de oír a quien habla sin gritar. Y, sin embargo, hoy, miércoles 25 de septiembre, en el Salón de Actos del Instituto Cervantes de Atenas (Mitropóleos, 23) los asistentes sí tendrán esta ocasión con el profesor Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) en una conferencia en la que el filósofo, poeta, historiador y escritor hablará de la génesis de la novela «Arcadia» (Alfaguara, 1981). Atenas Digital ha tenido el privilegio de una charla con el autor en compañía de su intérprete al griego, la filóloga y traductora Eleni Jaratzí. La entrevista se ha estructurado como un paseo imaginario por la Acrópolis, en el que cada monumento representa un momento significativo de la vida cultural del escritor.
AD: Entremos por los Propíleos: ¿qué es Arcadia?
IGL: «Arcadia» es la primera de mis tres novelas, todas de viajes, y cuenta un viaje a Grecia que hice en el mes de abril de 1975; la secunda es «Musapol» por el Asia central y la tercera «Extravío» dedicada a China. Fue un viaje a Grecia no previsto: iba de París al norte de Italia a ver a un amigo, Franciso Pino, que me invitó, con motivo de la semana santa, al sur de Italia con su familia. Fuimos a Napoles y me impresionaron mucho el museo arqueológico, Pompeia y Paestum y así decidí no volver con ellos sino seguir. De hecho, visité antes Grecia que Roma porque cogí el tren a Brindisi, y allí el último billete del barco que salía esa noche para Patras. Un viaje para nada preparado, que surgió porque los acontecimientos me impulsaron a ello: primero fui a Olimpia, después crucé el Peloponeso hasta Arcadia y allí, justo en Trípolis, en un establecimiento donde había toda clase de genero comercial vi, en la última estantería, un método «por aprender españolo» que me encantó porque era disparatado, casi todo mal escrito, con diálogos sin sentido, pero muy divertido. Después fui a Nafplio, Epidauro, Argos, Micenas, Corinto: todo en leoforío con isitíria. Conocí a tanta gente joven, arqueólogos o no, y todo lo apuntaba en mi diario, que desde hace tres años escribía, no para publicarlo un día sino porque era mi acompañante. Cuando llegué a Atenas enfermé por el cambio de clima y cogí una gripe, pero seguí y visité la segunda parte de Grecia bajo los efectos de la enfermedad. Confieso que me había acostumbrado a estar por el campo, entonces Atenas me superó: era demasiado barullo, ruido, gente. Visité lo imprescindible y luego estuve en Eleusis, pero mi gran descubrimiento fue Delfos. Por eso mi novela sigue ese mismo itinerario: la revelación final que tiene mi protagonista, que se llama Aurelio, y que es la de su personalidad profunda, tiene lugar en Delfos. Inicialmente, lo que pensaba era publicar el método porque me parecía dadaísta y estaba preparando una pequeña edición, pero la «envolví» de mi viaje, que fue adquiriendo cada vez más importancia: ya no era solo el reflejo del viaje físico que hice sino que era el soporte de otro viaje, de otra visión. Por eso fue una novela que estuve escribiendo cinco años: se publicó en el ’81 y se ha vuelto a publicar. La he vuelto a releer ahora después de treinta años y confieso que ¡me volvió a gustar mucho!
AD: Nos acercamos ahora al Partenón: ¿qué diferencia hay entre la Grecia de 1975 y la de hoy? ¿Tendría sentido escribir otra «Arcadia»? Y cómo se llamaría?
IGL: Eso no se puede prever. Cuando escribo creación literaria es porque hay algo que me ha hecho una impresión muy fuerte y necesito echarlo afuera. Llegué ayer por la tarde a Atenas, y no sé si saldrá o no saldrá algo o qué saldrá. Es verdad que aquel viaje, aunque solo fueron doce, intensos días, para mí fue muy nítido porque estuve cinco años escribiéndolo, lo tengo muy presente. Hoy se está mezclando aquel viaje con el actual: hombre, entonces era mucho más aventurero, yo no venía a dar una conferencia ni a presentar un libro, venía a la aventura pensando que me iba a encontrar la famosa Grecia con el «prólogo» de Paestum, de Pompeia, del museo arqueológico de Nápoles.
AD: A nuestra izquierda vemos es Erecteion dividido en dos partes, la dedicada al dios Poseidón, que podría representar la fuerza (la vis latina) y la dedicada a la diosa Atenea, que podría simbolizar la resistencia (la roboris latina). Podríamos también pensar que estas dos partes se encuentran en el mundo de un escritor: un golpe de genio casi virulento y mucho trabajo.
IGL: Otro libro que, de alguna manera, surgió a raíz de este viaje fue mi primer libro filosófico que se llama «El idioma de la imaginación». Lo fui escribiendo al mismo tiempo que la novela y los dos primeros capítulos tratan de la memoria, en particular de las funciones que tenía en la antigua Grecia: por un lado era como la diosa Mnemosine, que otorgaba la videncia al poeta que la poseía, le hacía conectarse con el tiempo infinito y le daba la omnisciencia. Su segunda cara era como la de ciertos antros en los que se hacían ritos que tenían que ver con el olvido y la memoria: cuando uno se introducía, olvidaba su vida pasada y cuando salía se le daba a beber una agua que le volvía a otorgar la memoria como en un renacimiento. De hecho, creo que el mito de la caverna de Platón, que estudio en ese libro, es un intento de situar su filosofía en el campo iluminado por el sol que está fuera de la caverna, diciendo que lo de la caverna son ritos muy antiguos, pero lo suyo es el campo abierto a la luz solar. De algún modo, Platón asociaba la caverna no solo con la religión antigua, sino también con los sofistas, porque en la caverna se vive en la opinión, en la doxa, no se vive en la verdad, la alithiia. Por eso yo situaría en el Erecteion «El idioma de la imaginación», que también nació en aquel viaje del ’75 y fue publicado a comienzos del ’83.
AD: Rodeado el Partenón nos encontramos con una fuente. Es singular que Alfaguara, la editorial con la que salió «Arcadia», signifique «manantial». ¿Es Grecia fuente de problemas o de soluciones?
IGL: Esos libros de «Arcadia» y «El idioma de la Imaginación», pero también «Musapol» y «Extravíos», fueron el comienzo de la investigación más larga que he hecho y de mi libro más largo, «El círculo de la sabiduría», dos volúmenes de 1600 páginas que se completan con «Filósofos griegos, videntes judíos», que es un libro de casi 400 páginas y el «Diagrama del Primer evangelio». Esa larga investigación tiene que ver con los estudios sobre el arte de la memoria de Teriodoro, mentor de Mitridates rey del Ponto, a principios del I a.C: en lugar de utilizar como métodos lugar reales, utilizaba los doce signos del zodíaco y los 360 grados de la eclíctica, y eso dio lugar a una matematización, astrologización y esquematización de las técnicas de la memoria. Descubrí, además, en textos del siglo II y III el diagrama de los sofitas, una secta gnóstica de finales del siglo II. A partir de allí investigué en el gnosticismo y pude reconstruir ese tipo de diagramas, porque se han encontrado muchos documentos en la biblioteca egipcia de Najamadi. Pero hay más, yo por aquel entonces conocía mucho el mundo chino y japonés y el arte indo-greca taxila, algo que no se conocía mucho en Europa, y vi que la influencia mediterránea en el mundo indio, que después se desplegará en China y en Japón, viene nada menos que del siglo IV antes de Cristo y se prolonga hasta el IV después de Cristo durante 800 años, para después pararse con los musulmanes. Empecé a pensar entonces que los mandalas budistas que forman esa estructura tenían mucho que ver con esos diagramas gnósticos que yo había reconstruido. Por esta razón la investigación de «El círculo de la sabiduría» fue tan larga: porque hubo que afinar cada punto para ir demostrándolo paso por paso. Situaría ese libro en la fuente, además, porque uno de los temas más típicos de los gnósticos es la comparación de dios con una fuente de agua incesante.
AD: Acabemos en el teatro de Herodes Ático, como símbolo del poder de la imaginación. ¿La belleza salvará el mundo?
IGL: Está bien acabar en el teatro porque tengo también un libro de teatro, y una de las tres figuras de las que hablo, Ipathia, es de origen griego, otra es Giordano Bruno, gran filósofo del arte de la memoria, y el tercero es una gran poeta barroco contemporáneo de Góngora y de Velázquez, que es el conde de Villamediana. Los héroes de mi teatro son intelectuales: una filósofa, un filósofo visionario y un poeta, que tienen que ver con la sabiduría, con la filosofía, con el tema de la verdad y también con la imaginación. Entonces, junto con otras muchas obras que se podrían representar en el teatro de Herodes Ático, colocaría «Hipathia, Bruno, Villamediana». Y en lugar de salvar al mundo, más bien creo que la belleza mostrará el camino por el que se salve. Ya lo señaló Platón: la belleza es esplendor, manifiesta sensiblemente la verdad. En la medida en que la verdadera belleza manifiesta los verdaderos valores, contribuye a salvar al mundo.
Texto: Linda Baseggio
Foto: Jesús Dominguez