La matrícula
Anda, ¡que tengo un disgusto… ! ¿Pues no vuelvo de Kalábrita y me entero de que la jefa ha estado con Doña Sofía…? Sí sí, con la nuestra, con su majestad. ¡¿Pero cómo no me has mandado a mí, por Dios?!, le digo a la jefa. ¡Con la ilusión que me hubiera hecho verlos a todos juntitos, como quería la Reina, llegando cada uno por su lado y evitando tener que hablarse! “Pues no haberte ido”, me dice. Escueta, ella.
Pero bueno, yo no pierdo la esperanza de verla (a la Reina, no a la jefa) en algún evento, ahora que los ex-reyes griegos se han vuelto a vivir a Grecia y ya sabemos lo que le gusta a Doña Sofía pasar tiempo con su hermano. Que ahora llega la semana santa y -si no se cruza ningún elefante en su camino- fijo que viene.
Vale, cambio de tema, que no quiero que me cierren la columna, y yo me debo a mi público. Y no es que lo diga yo (que también, oye, que lo de la autoestima es muy importante). Mis amigas de aquí, “las inmortales”, son mi mayores fans. Como me dijo el otro día una: «antes estaba deseando que llegase el jueves para leer el “Hola”, ahora estoy deseando que llegue el viernes para leer el “Lola”». Un sol.
Pues hoy lo que te quería contar yo es el tema de las matrículas. No, las del colegio no. Deja, deja, que ya nos han pedido el depósito para la plaza del año que viene y nos han dejado la cuenta que hace eco. Me refiero a las matrículas de los coches.
Ayer, leyendo el New York Times (hija, no me mires así: el extracto que publica este periódico americano en El País, en español) me encontré con un artículo sobre Grecia. Se titulaba “Los griegos renuncian a sus coches”. Me puse a leerlo porque, por lo menos en mi barrio, el coche es como una extensión de cada habitante. Cuando más grande y poderoso, mejor. Y precisamente contaban que, con la crisis y sobre todo, con el palo -en forma de impuesto- que pega ahora el gobierno a los coches de lujo, mucha gente opta por entregar las matrículas en tráfico. Tú entregas tu matrícula ergo no puedes circular con el coche ergo no pagas el impuesto de circulación.
Dicen que hasta había cola. Me imagino el trago que ha tenido que ser para muchos pasar por semejante calvario. Otros se han buscado la vida de otra manera, como un exministro de Transporte al que detuvieron el otro día porque se saltó un Stop, le paró la policía y al pedirle los papeles resultó que llevaba matrículas falsas y circulaba sin seguro. A eso le llamo yo predicar con el ejemplo, sí señor. ¡Y los que no habrá por estas calles haciendo lo mismo! Vamos, es que ya me imagino a alguno, al ver la noticia, diciéndole a su mujer: Eleni, quítale las matrículas al Smart, que el Cayenne me sale muy caro.
Por otro lado, existe la retirada de matrícula como sanción. O sea, ¿tú ves la grúa de Madrid?, pues casi lo mismo solo que aquí en lugar de llevarse el coche entero, se llevan sólo la matrícula. Si te paras a pensarlo, tiene su lógica. No tienen que tener depósitos para los coches, con lo que ocupan, y la recaudación la tienen asegurada: o pagas la multa cuando recoges las matrículas, o pagas la multa que te pone el policía que te ve circulando sin ellas (ya, ya, a no ser que hagas la jugada del exministro y no te pillen, pero vamos a ponernos en lo mejor). Además yo lo veo como más humano, porque no es lo mismo salir de un garito a las tantas y encontrarte con que tu coche no tiene matrículas, pero está, a no encontrártelo en absoluto. Que es todo un shock. Si te ha pasado, tú me entiendes. Llamas a la grúa con una vocecilla temblorosa y encima, aunque sepas que te va a tocar soltar la pasta, rezas para que te digan que sí, que lo tienen.
Yo de estas movidas que tienen los griegos con las matrículas, me he enterado hace poco. Y eso que desde que llegué he estado añorando la grúa como jamás en mi vida pensaba que lo iba a hacer. A ver, que no te digo yo que jamás haya dejado el coche mal aparcado. Pero hombre, yo esto lo hacía en mis años mozos , en algúna entrada de una taller de mecánica, a las 2 de la mañana en, por ejemplo, Malasaña. Vamos, que estaba claro que no iba a abrir. Y además, corriendo riesgos, porque que abriera o no abriera, a los municipales les importaba poco, claro. Un prohibido es un prohibido. En algunos sitios.
Aquí parece que no. Al poco de llegar a vivir a Grecia, y volviendo de la compra (de una de esas compras cuando te acabas de mudar, con el coche hasta los topes), daba yo gracias a los Dioses del Olimpo por tener una casa con garaje y poder meter las cosas directamente en casa, cuando nos encontramos que no podíamos, porque a alguien se le había ocurrido dejar su coche bloqueando la entrada a nuestro garaje.
Claro, tú ves eso y lo primero que te viene a la cabeza, siendo de Madrid, es: si alguien es capaz de dejar el coche así, será porque está muy cerca, y comienzas a darle al claxon. Primero un toque cortito… nada. Otro algo más largo… nada. Notas como el corazón se te va acelerando mientras sigues dándole al claxon cada vez con más ganas… pero nada.
Mi marido, que es de natural tranquilo, se va poniendo de los nervios con tanto pito, y me echa del coche mientras él empuja al otro con el nuestro de manera que, aunque lo deja en medio de la acera, permite la entrada al garaje.
Mientras él aparca, yo sigo esperando a que aparezca el dueño o dueña e intento prepararme alguna frase en griego para decirle de todo menos bonito, pero mi dominio del idioma no llega a eso. Y lo que frustra. Mi marido me dice que le ayude con la compra, pero la sangre que me está hirviendo en las venas no me deja oírle. ¡¿Pero cómo se puede tener tanta caradura?! ¡O sea, que es un garaje, que tiene un NO APARCAR tamaño familiar, que son las 12 del mediodía, y que aquí no aparece ni dios! ¡Yo es que tengo que hacer algo! ¡Es que esto no puede quedar así…!
Mientras pienso esto (y lo digo, porque el cabreo es tal que estoy hablando sola en alto), siento que se despereza la macarra que llevo dentro, que agarra con fuerza el llavero y que llevada por una mano que en ese momento no me parece la mía, hace un rallajo junto al cerrojo del coche.
Mi marido sale del garaje en ese momento y me ve. ¡Para qué te voy a contar! Me hace entrar en casa, cierra la puerta del garaje mirando para todos los lados y ya dentro me echa un bronca monumental por “comportamiento vandálico”, como dice él.
Bueno, vale, en el fondo tiene razón. Pero es que cuando a una le sale la vena pandillera… qué quieres hija, soy de barrio, no lo puedo ocultar.
Me han aparcado en la puerta muchas otras veces, no te creas. Pero he sabido dominarme y tener un poco de paciencia hasta que ha aparecido el dueño. También he aprendido algún que otro insulto en griego. Y yo además me he dado cuenta, al pasar el tiempo y adquirir conocimientos, que viajar al extranjero y conocer otras “costumbres”, te hace una persona más civilizada.
Vamos, que ahora que sé lo que sé, al próximo que aparque en la puerta de mi garaje le quito las matrículas y que las busque en la policía.
Lola Larreina para AtenasDigital.com
Jajajajaja, lola, de todo se aprende!!!!!!!….que » diferentes» los griegos….estamos aprendiendo mucho contigo, ves….ya tenemos tema de conversación, pero tu marido tiene razón, comportate y representa bien a la patria, no sea que te encuentres a la vuelta de la esquina con la reina y tu a voz en grito diciendo » tacos «.