Grecia abre la puerta para cumplir las últimas voluntades de muchos difuntos
Yannis Chrissoverghis. Atenas, (EFE).- La cremación era hasta ahora un deseo imposible de cumplir en Grecia. No existen incineradoras y quien optaba por este método de descanso eterno debía hacer su último viaje a Bulgaria, pues a los obstáculos administrativos había que unir la férrea oposición de la Iglesia Ortodoxa.
Esta situación podría estar cerca de cambiar después de que la pasada semana el Parlamento heleno aprobase la ley que pone fin a la prohibición de incinerar a los muertos y regula el funcionamiento de los crematorios.
«Cada año alrededor de 2.000 muertos son trasladados a Bulgaria para ser incinerados», explica a Efe Andonis Alakiotis, presidente de la asociación para los derechos de incineración de los muertos en Grecia.
Una última voluntad que no está al alcance de todos los bolsillos, ya que el coste más bajo por trasladar a un muerto al país vecino y organizarle una ceremonia de incineración sale por unos 1.900 euros, casi el triple de lo que cuesta un entierro sin grandes lujos en Grecia.
«La Iglesia no considera la incineración adecuada para los cristianos. Se opone porque la incineración está en contra de su tradición y de su enseñanza de la fe», comenta a Efe una fuente de la Iglesia Ortodoxa griega.
La adopción de esta reglamentación no significa, sin embargo, que se hayan salvado todos los obstáculos a la instalación de crematorios, pues ahora su construcción depende de la voluntad de cada ayuntamiento.
Hasta ahora, los intentos de unos pocos municipios de instalar crematorios han fracasado debido a la oposición de los obispos de la zona que en ocasiones han llevado el caso a los tribunales alegando «razones de protección del medio ambiente» o «violaciones del reglamento de urbanismo».
La Iglesia Ortodoxa no solo tiene un gran calado en la opinión pública de Grecia, sino que influye en las esferas política y social de manera significativa. No en vano son sus representantes quienes toman juramento al Gobierno y abren el año parlamentario y el curso escolar.
«La reacción de la Iglesia Ortodoxa se debe a la creencia de que la resurrección concierne el cuerpo humano y por eso se lo debe cuidar, incluso, después de la muerte. Es una creencia compartida entre casi todas las civilizaciones antiguas», explica a Efe el rector de la Facultad de Teología de la Universidad de Atenas, Marios Begzos.
El teólogo, no obstante, se distancia de la actitud de los representantes religiosos y precisa que es «un deber del Estado respetar los deseos de todos los ciudadanos y permitirles ser enterrados o incinerados según su voluntad».
Aunque en 2006 se aprobó una ley que permitía la incineración, la ausencia de un marco reglamentario de instalación y funcionamiento de los crematorios hacía inaplicable esta norma.
«Después de varios años de vacilación y de retrasos el Estado ha tomado las medidas adecuadas para adecuarse a la realidad europea y respetar los deseos de los ciudadanos», declaró el ministro de Medio Ambiente, Yannis Maniatis, tras la aprobación.
Hasta ahora, sólo los alcaldes de Atenas y Salónica, Yorgos Kaminis y Yannis Butaris, ambos independientes de centroizquierda, han mostrado públicamente su intención de construir crematorios en las dos ciudades más grandes del país.
El pasado junio, los ediles se quejaban en un comunicado conjunto de que «fuerzas invisibles» impedían que Grecia estuviese al nivel del resto de países del mundo y respetase los deseos de sus ciudadanos.
Kaminis y Butaris se referían, sin mencionarla, a la presión que la Iglesia Ortodoxa ejercía para que se retrasase la aplicación de la ley.
La incineración en Grecia es un antiguo debate que se remonta a después de la caída de la dictadura militar en 1974.
A inicios de los años 80, tres municipios de los alrededores de Atenas intentaron instalar crematorios sin éxito, a causa de la ausencia de un marco legal y de la oposición de las autoridades eclesiásticas.
En el verano de 1987 una ola de calor provocó la muerte de casi 3.000 griegos en menos de diez días, dos tercios de ellos en Atenas.
Entonces los cementerios atenienses se saturaron de demandas funerarias y hubo familias que tuvieron que esperar hasta una semana para poder enterrar a sus seres queridos.
Para agilizar los trámites, el alcalde de Atenas, el conservador Miltiadis Evert, pidió sin éxito a la jerarquía eclesiástica que permitiese excepcionalmente la incineración de muertos.