Agobios navideños
Hoy inauguro oficialmente las navidades. Por un lado, los niños terminan el colegio, lo que implica que a partir de hoy, la menda tiene que andar de sarao navideño en sarao navideño para que los churumbeles estén contentos y lo que es más importante aún: ocupados. Por otro lado, me cojo vacaciones de esto hasta el 9 de enero, que me deja la jefa.
A mí, desde que tuve uso de razón, y sobre todo desde que tuve sueldo y se me retiró la excención de comprar regalos, estas fechas me dan mucha pereza. Ya sé que hay un montón de estudios sobre el tanto por ciento elevadísimo de gente que se deprime en navidad. Yo no me deprimo: me agobio.
Lo primero que no puedo entender, es ese afán de todo el mundo de organizar una “quedada” para despedir el año. Y no lo entiendo ni en un extremo ni en otro. A saber: si tienes un grupo de gente con el que te ves muy a menudo ¿por qué organizar un acto extra en el que la única diferencia es que te vistes más elegante y te cuesta más el cubierto de donde vayas?. Y si es un grupo con el que no te ves casi nada ¿por qué hacerlo precisamente en navidades cuando todo el mundo sabe que se pasa mucho mejor tomando mojitos en la playa, por ejemplo?. Gregarismo, tradiciones… lámalo X. Yo, me agobio.
Pero mi agobio atávico de los años mozos se ha visto totalmente eclipsado por mi llegada a la “vida de expatriada”. Esto sí que tiene tela. Las discusiones que yo había vivido toda la vida como hija, como hermana o como novia sobre cómo dividir las navidades con las familias propias y políticas, se quedan en nada cuando le metes variables internacionales.
Porque la solución más común a la que se suele llegar cuando vives fijo en un país, o sea: “nochebuena con mis padres, navidad con los tuyos y en nochevieja les colocamos los niños a los abuelos y nos vamos de juerga tú y yo”, se hace harto difícil cuando te pasas el resto del año viviendo allende los mares.
Y por lo que estoy viendo con “las inmortales” ya ni te ya cuento la logística (y la necesidad de buen entendimiento conyugal, que ya sabes la de discusiones que traen estas cosas). Tú ponte que eres española, pero tu marido es suizo y sois expatriados trabajando en Italia. ¿Para dónde tiras?
Y eso que los españoles en ese sentido tenemos suerte, porque tenemos dos “bonus”: la nochebuena y los Reyes Magos, pero en la mayoría de los países la cosa se limita a “dónde estoy en navidad” y “dónde estoy en nochevieja”.
¿Quieres que te lo ponga más difícil?, pues imagínate que eres de un país de América Latina, por darte un ejemplo hispanohablante.
Y todo esto hablando sólo de distancias y divisiones familiares, que si nos ponemos ya a hablar de gasto, apaga y vámonos.
Esto por una parte. Pero es que yo ahora me encuentro con otro conflicto navideño que no tenía cuando vivía en España: resulta que la niña está en esa edad en la que empieza a mosquearse con los “misterios navideños”, y como para convencerse a sí misma de que todo es verdad, se pone más pesada que nunca con el tema de escribir la carta, de dejar pistas para los renos, limpiar la chimenea y todo ese tipo de cosas.
Y va el otro día me dice que está contentísima de ser expatriada porque este año va a recibir regalos de navidad tres veces. “¿Ah sí?” exclamé yo, “¿y eso cómo se come?”. Y ella, toda seria: “Pues de Papá Noel, porque es una costumbre anglosajona y yo voy a un cole inglés. De los Reyes Magos porque soy española, y como española tengo derecho a que me lleven los regalos a donde esté”. “¿y el tercero?, pregunté yo. “Pues Agios Basilis, porque vivimos en Grecia, y es el encargado griego de los regalos y los da el uno de enero”.
“Pero hija (traté de hacerla entrar en razón, mientras la tarjeta de crédito empezaba a sudar en mi cartera), Agios Basilis y Papá Noel son el mismo. Y como tiene mucho trabajo, por eso lo entrega un día distinto en Grecia”.
“De eso nada -me dijo muy ufana- es distinto. Si fuera el mismo se llamaría Agios Claus, que me lo ha dicho una niña del cole”.
Pues nada hija mía, que no te voy a quitar yo la ilusión, pero vamos, que el disfraz de Frozen acaba de cobrar poderes de Santísima Trinidad, porque de uno se ha transformado en tres: el vestido de la princesa de Frozen, los guantes de la princesa de Frozen y la corona de la princesa de Frozen.
En todo caso, estéis donde estéis y seáis de donde seáis, que paséis unas estupendas fiestas. Y que el 2015 os traiga todo lo bueno que podáis imaginar. Y salud, sobre todo mucha salud.
Lola Larreina para AtenasDigital.com