Portugal y Grecia: Tan iguales, y al mismo tiempo, tan distintos
Óscar Tomasi. Lisboa, 5 feb (EFE).- La conmoción producida por la victoria de Syriza en Grecia es observada con frialdad desde Portugal, donde pese a las evidentes conexiones con las políticas de austeridad aplicadas en Atenas, el panorama no podría ser más diferente.
Los dos países vivieron dictaduras el siglo pasado, entraron en la UE en la década de los 80, presentan cifras similares de población -poco más de diez millones de habitantes-, afrontan severas dificultades económicas a nivel estructural y se vieron abocados al rescate financiero por la crisis de la deuda, lo que derivó en la aprobación de draconianos ajustes y recortes.
Sin embargo, la reacción tanto a nivel político como social no reviste comparación.
En suelo luso no ha irrumpido de momento ninguna fuerza nueva -ni de izquierdas ni de derechas- con opciones de ganar las elecciones de este año y es el partido que solicitó la intervención de la UE y del FMI, el socialista, el que lidera los sondeos.
Además, apenas quedan vestigios de aquel movimiento multitudinario que salió a la calle en marzo de 2011 para mostrar su rechazo frontal a unas medidas de austeridad que por entonces sólo asomaban la cabeza.
La llamada «Generación en apuros» («Geraçao à rasca») supuso el primer antecedente de los «indignados» a nivel mundial, en marzo del 2011, pero con el tiempo el impulso inicial se diluyó y hoy sólo quedan los rescoldos, en contraste con lo ocurrido en el país heleno o en la vecina España, donde sus consecuencias han sido más amplias.
El clima de agitación social en Portugal poco tuvo que ver con el conflicto abierto en Grecia, incluso en los peores momentos de la crisis que condujo a los dos países al rescate.
Aunque aún tímida, la recuperación económica lusa y su salida con éxito del programa de asistencia -que permitió decir adiós a la troika hace meses- también contribuyeron a distanciarlo de Grecia y rebajar la tensión, pese a que el ciudadano medio apenas note la mejora.
Frente a la conflictividad que generaron en Atenas los continuos recortes -con episodios de violencia callejera incluidos-, los portugueses soportaron los sacrificios con estoicismo, una cualidad largamente alabada tanto por el propio Gobierno como por los organismos internacionales.
Sociólogos lusos, como Elisio Estanque, atribuyen estas diferencias a la idiosincrasia del pueblo portugués, que históricamente se caracteriza «por una gran capacidad de aceptación (…) y no opta por la violencia con facilidad».
¿Y por qué esta actitud de resignación?. La posición geográfica de Portugal, periférica respecto a Europa, el aislamiento del país durante la dictadura de Salazar (1933-1974) o unas profundas raíces católicas que durante años le llevaron a colocar «en manos de Dios» su destino como pueblo son algunos de los argumentos esgrimidos por diferentes analistas lusos.
Paula Gil es portuguesa, licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, y tiene 30 años.
Prepara un doctorado y trabaja como secretaria de administración. Fue una de las impulsoras del movimiento «indignado» en Portugal en 2011 y ha participado en varias iniciativas que surgieron entonces.
En declaraciones a EFE, asegura no sentir decepción por la falta de resultados concretos a nivel político y atribuye el problema a una «falta de verdadera cultura democrática».
«En Portugal no hubo una transición entre la mentalidad de la dictadura y la democracia. No se ha quebrado el miedo, no hay asambleas de vecinos, de barrio, de juntas de distrito (…). En otros países hay una tradición de participación ciudadana y asociaciones y aquí no», argumenta.
«Geraçao à rasca» surgió sobre todo para denunciar la precarización laboral, y Paula Gil es ahora ejemplo de ello. Dice estar empleada como «falsa autónoma» como miles de sus compatriotas.
«No hubo un trabajo de base como el que existe en España o Grecia. Crear un partido por crearlo no tiene sentido», asevera.
Ella misma fue testigo de lo ocurrido con «Juntos Podemos», grupo inspirado en su homólogo español.
Mientras que al otro lado de la frontera confían en competir por ganar las elecciones, en Portugal el movimiento ha sufrido una escisión nada más arrancar, antes incluso de constituirse oficialmente como partido.
Las únicas novedades en el escenario político luso son la aparición de un nuevo partido de izquierdas, «Livre» (fundado por una escisión del Bloque de Izquierda), y la irrupción del tertuliano António Marinho Pinto, que dio la campanada en las europeas al lograr 235.000 votos, que se tradujeron en dos diputados.
Son los tres partidos de izquierda tradicionales -socialistas, comunistas y marxistas- los que intentan ahora capitalizar el éxito de Syriza en suelo heleno, en contraste con el Ejecutivo conservador, que repite una máxima ya oída en tiempos de crisis: Portugal no es Grecia. EFE