Trastorno afectivo estacional
Mi madre lo ha llamado toda la vida estar “plof”, o estar “así” (frase que acompaña con una caída de brazos con las palmas de las manos hacia adelante y una inclinación de cabeza estilo estampita de virgen). Pues así estoy yo también. Bueno yo, y mi familia, y mis amigas y casi me atrevería a decir que hasta el país.
Si es que no puede ser que antes de ayer estuviéramos en la playa y esta semana hayamos tenido que sacar ya los jerseis, los calcetines y hasta los edredones, que mira que yo me resistía, pero después de dos días entrando a despertar a mis hijos y encontrármelos enrollados en la sábana cual capullo de gusano de seda, he claudicado. Habemus otoño.
Y qué manera de llover. Además, como a traición. Estás viendo el cielo medianamente despejado y ¡hala! a los diez minutos se nubla que parece de noche y empieza a caer la de dios es cristo.
Yo tengo todos los síntomas del trastorno este: Desesperanza, aumento del apetito con aumento de peso, aumento del sueño, menos energía y capacidad para concentrarse, pérdida de interés en el trabajo y otras actividades, movimientos lentos, aislamiento social, tristeza e irritabilidad. Todos. Especialmente el segundo. Me estoy poniendo como una foca.
En mi vuelta al ejercicio he podido constatar que, aparte del trastorno afectivo estacional, tengo el síndrome del azulejo. Vamos, que es más fácil partirme que doblarme.
Ayer, mientras empezaba esta columna, me dije: “Lola, a animarse, que así no vas a ningún sitio”, Así que me puse musiquita y me entregué a la navegación y divagación en internet. En el buscador escribí: Trastorno afectivo estacional, otoño, no tengo ganas de nada, expatriada y cosas por el estilo. ¿Y qué me encuentro de repente? Pues miles de millones de webs (bueno, igual exagero un poquito) de “Coaching para expatriados”.
Vaya por delante que a mi la moda esta del coaching me da un poco de alergia. No voy tan lejos como una amiga que les llama “psicólogos de todo a cien” (ella es psicóloga, claro). Pero lo cierto es que de repente todo el mundo es “coach”, y si te encuentras con uno (que habrá de todo, no te digo yo que no) de los que parece que ha “visto la luz” al descubrir el “coaching”, probablemente te intentará convencer de que hoy en día, la vida sin un “coach” no es nada.
En mi vida anterior, cuando trabajaba en un banco, tuvimos varias sesiones, pero lo que me pareció es que habían cambiado el nombre y “humanizado” un poco al típico consultor que te daba cursos de mejora. Me pareció útil y constructivo. En la oficina. Pero ¿Coaching de vida?. La primera vez que le oí a una conocida decir que era “Coach de vida” pensé que se estaba quedando conmigo, la verdad.
Pero bueno, una siempre está dispuesta a probar cosas nuevas, si implican aprender algo. El caso es que me puse a mirar qué es lo que ofrecían estas páginas de “coaching para expatriados”.
Primero te plantean unas cuantas preguntas, tipo: ¿Cómo me adapto y gestiono el cambio? ¿Qué habilidades necesito para superar frustraciones y constantes procesos de adaptación?¿Qué hábitos puedo desarrollar para hacer que mi experiencia en el extranjero sea satisfactoria?¿Qué hago si me siento solo?¿Cómo establezco conexiones y amistades?¿Cómo gestiono todos los cambios simultáneamente?¿Cómo conservo la calma ante tantos cambios y expectativas hacia mí?. O dicho de otra manera más simple: ¿Qué leches hago yo ahora?
Después, por un “módico precio” que en ningún caso de los que he visto está por debajo de los 75€ por sesión, te ofrecen cosas como: Definir prioridades y cómo lograr tus objetivos. Superar el estrés y las frustraciones del día a día en tu vida como expatriado. Gestionar el choque cultural de manera efectiva. Crear relaciones gratificantes en un contexto intercultural. Hacer que esta experiencia sea satisfactoria y un enriquecimiento en tu vida. En mis palabras: Ponte las pilas, bonita.
Después de la décima página web visitada, lo ví claro: Cogí el teléfono y puse un mensaje en el grupo de whatsApp de “las inmortales”. “No puedo con este tiempo, ni con los kilos de más, ni con las actividades extraescolares. Echo de menos a mi familia. No tengo ganas de nada y creo que me voy a poner a llorar de un momento a otro”
Enseguida empezaron a entrar respuestas: “Tengo baby-sitter” “Yo le digo a mi marido que se quede con los niños” “ ¿En “el pescaito” a las 9?” “¿Qué me pongo, que me pongo?”
Reconozco que hoy estoy un poco perjudicada, pero feliz. Aunque las temperaturas siguen bajando, hoy no llueve, luce un sol estupendo y es viernes. No dudo que a mucha gente le pueda ayudar poner un coach en su vida. Yo prefiero a mis amigas. Y una copita (o dos) de vino.
Lola Larreina para AtenasDigital.com
¡Qué bonito lo que escribes, Lola! En Milán padecemos todos ese trastorno, es algo genético. Pero anda, es viernes aquí también, al fin y al cabo. Y el sol, aunque no lo veas, lo llevas adentro. Filakia 🙂