Frustración de madre
Esta noche he tenido una pesadilla. No ha sido uno de esos sueños super vívidos en los que puedes acordarte de cada cosa que pasó. No. Ha sido más bien de esos que te hacen despertarte toda acongojada sin saber muy bien por qué. Tras los primeros minutos de desubicación algunas pseudo imágenes han empezado a llegar a mi cerebro: yo estaba de pie, mirando hacia abajo y en un plano inferior a mí estaban las cabecitas de mis hijos que discutían, me gritaban enfadados, me demandaban cosas y yo, sin moverme, simplemente mirando hacia abajo, lloraba. Creo que me ha despertado mi propio sollozo.
Y es que estoy en una de esas fases en las que no puedo con ellos. Me intento repetir constantemente que es normal, que son pequeños, que es lo que hacen todos los niños del mundo con estas edades, pero es que no veas hasta dónde estoy de tanta discusión, de tanta demanda, de tanta negociación constante.
En mi anterior vida, mi menda se pasaba ocho horas al día en una oficina, y cuando volvía a casa, los niños (que eran más pequeños y más dóciles) estaban entrando en modo noche, con lo que, el tiempo que quedaba para que entraran directamente en modo sueño estaba perfectamente controlado y estructurado con las actividades propias de su edad, o sea, baño, cena y a dormir. No había tiempo para más.
Yo, en los ratos que me dejaba mi trabajo para sentirme mal conmigo misma, me lamentaba por no poder pasar más tiempo con mis hijos entre semana y me sentía una mala madre.
Pero llegó la expatriación y me convertí en madre a tiempo completo. Y los niños crecieron y descubrieron un mundo nuevo: un mundo en el que tu madre está ahí para darte los caprichos que se te ocurran, un mundo lleno de “play dates” y “sleep overs” y actividades extraescolares varias.
Yo, feliz porque, ahora sí, voy a poder dedicarme a mis hijos, les despido en la puerta de casa cuando se van al cole con su padre y tras disfrutar del tiempo que tengo para mí en lo que se tercie, voy acercándome al momento de ir a recogerles con ganas de volver a verles las caritas, darles un buen achuchón, llevarles de la mano y preguntarles que qué tal ha ido el día. Así que me voy al cole con la sonrisa puesta, les veo aparecer por la puerta, y me dirijo a ellos con los brazos abiertos para encontrarme con un “¿puedo ir a jugar a casa de menganito?” “¿me vas a dejar ver la tele hoy?”, a lo que yo, intentando darles un beso que no se dejan dar, respondo con “no cariño, hoy no, que tienes que hacer deberes, pero lo organizaremos” o “ya sabes cuales son las reglas, bonita, no se ve la tele entre semana” y entonces paso automáticamente de ser la madre abnegada a ser “la peor madre del mundo”. Y eso duele, oye.
Por no hablar de las discusiones que se montan los hermanos al minuto y medio de meterse en el coche. ¡Qué gritos! ¡Vaya modales para unos niños de colegio privado! y claro, llegando a casa te has transformado en algo parecido a una bruja piruja, que corre peligro de descoyuntarse el hombro al lanzar alguna que otra colleja a la parte trasera intentando que entren en razón. Y eso es malo… muyyyy malo.
O por lo menos eso es lo que decían ayer la mitad de las madres de la comida a la que asistí. Mitad “latinas”, mitad anglosajonas o más bien cuarto anglosajonas y cuarto griegas de las hablan de “los griegos” como si ellas hubieran nacido en Cincinatti en lugar de en, por ejemplo, Creta.
“No tienes que proyectar tus inseguridades en ellos” “Hay que hacerles entrar en razón con comentarios positivos” “Nunca, me oyes, NUNCA, hay que levantarle la mano a un hijo, es contraproducente para su autoestima y le estás abocando a un futuro de fracasado o de maltratador”
A ver señoras, que se nos está yendo un poco de las manos ¿no?. Una es la primera en la lucha contra el maltrato infantil, que me parece una de las cosas más horrorosas del mundo mundial y me hace perder la fe en la humanidad, pero digo yo que hay un trecho entre pegarle una paliza a un niño y que, de vez en cuando… muuuuy de vez en cuando, no puedas evitar que toda la frustración acumulada por horas y horas de discusiones, demandas, exigencias y egocentrismo te hagan perder los papeles y se te escape una collejilla… que normalmente te duele a tí más que a él, y no en el sentido que estás pensando, sino porque los niños son especialistas en escurrirse y que tu mano termine errando y estampándose contra su mochila, su codo o cualquier otro objeto contundente que esté cerca. ¿Soy yo la única madre imperfecta? ¿la única que dice “No, porque lo digo yo que soy tu madre”? ¿En serio?
Que una se ha criado con el lema “detrás de una gran persona hay una madre con una zapatilla” y que no sabes lo que curte haber vivido la experiencia de pisarle “lo fregado” a una madre de la época de la mía. Y la adoro. Y soy lo que soy gracias a los límites que me supo poner. Y he estudiado una carrera, he trabajado para sacar adelante a mi familia, no me drogo (me encanta el vino, eso sí, qué le vamos a hacer, en eso he salido a mi padre) y mis hijos me la montan cuando les da la gana pero todo el que los conoce dicen que son unos niños educadísimos y no como los de estas señoras, que a más de uno he tenido que aguantar en mi casa y ahí sí que ha habido autocontrol para no soltar la colleja.
Así que venid a detenerme, que aquí estoy, esperando con los brazos extendidos. Y que vale ya de que me vengan a dar lecciones de madre cuatro esnobs a las que les han criado los hijos las nannies, y que se saben la teoría porque se han pasado media vida en el psicólogo, hombre ya.
Lola Larreina para AtenasDigital.com
Bravo!!!! Claro que si, 100% de acuerdo. Qué fácil es opinar….