La clásica anécdota
Ya te lo he dicho otras veces, pero es que hay semanas que me pongo delante del ordenador y me digo “¿pero qué cuento yo?”. Saber que el bloqueo del folio en blanco (o la pantalla, en este caso) es algo que pasa en las mejores familias no ayuda, porque al fin y al cabo ahí estás tú, metiéndote en AtenasDigital.com el viernes por la mañana como un clavo para ver qué se cuenta la Lola. Que son ya 73 columnas con ésta, y una no es una profesional de la pluma.
Pero tengo mis tácticas para inspirarme, y una de ellas es meterme en el blog que durante cinco años escribió la jefa: Gramática Griega. Igual lo conoces (y si no, te recomiendo que lo visites, que ahí sigue). Hace ya tiempo que no escribe nada, pero durante esos cinco años, desde el momento en que llegó a Grecia, se dedicó a publicar historias que tenían como nexo en común que el título era una palabra griega que se decía igual en español y que además significaba lo mismo. ¿Te acuerdas del método ese de inglés de las 1000 palabras? Pues la jefa quería demostrar que sabíamos mucho más griego del que pensábamos, enseñándonos esas palabras comunes.
No llegó a publicar 1000 entradas, que son muchas, pero me consta que sí que encontró más de ese número en el diccionario, que se recorrió de la A a la Z (o de la Alfa a la Omega), porque tiene una base de datos que yo he visto (y no sé como no le dieron el “premio Rainman” por haberse leído todas las palabras).
Conclusión, que me enrollo… que cuando no sé de qué escribir, me meto a leer el blog para ver si hay alguna historia que me desbloquee. Y una de las primeras que he encontrado (yo voy por orden alfabético) es «anécdota».
La jefa, en la entrada que así titulaba, contaba esto:
“Me lo contó alguien. Le había pasado a una amiga de una amiga… a saber.
Pedro y Elena se casaron. Como regalo de bodas de uno de sus familiares medio lejanos, recibieron sendas lámparas de noche. Sin tarjeta para cambiarlas ni ningún dato del establecimiento en donde las habían comprado. Las guardaron en el armario de los trastos ya que tenían otras que, además, eran bonitas.
Pasados unos meses y cumpliendo con la tradición de invitar a casa a los familiares, se dispusieron a recibir a esos primos segundos. Probablemente no volverían a verse hasta la próxima boda familiar.
Cuando estaban a punto de llegar, Pedro se acordó de las lámparas. “Tenemos que ponerlas – le dijo a Elena- o quedaremos fatal”.
Fue al armario, las sacó de sus cajas y las colocó. Puso una en cada mesilla y las que había, las metió debajo de la cama. Total, no iban a durar mucho allí, era sólo para que los primos se fueran contentos.
Llegaron, tomaron un café hablando de naderías y recordando los escasos momentos en que habían coincidido en el pasado y poniéndose al día en los acontecimientos de la familia extensa: Pues el tío Robustiano murió el año pasado. Ya tenía 100 años el hombre. Pues Pepita, la nieta de la tía Francisca, está embarazada de gemelos y ya ha engordado 25 kilos, y solo está de seis meses…
Tras el ágape, llegó el otro momento tradicional: enseñar la casa.
La ronda no duraría mucho, ya que el piso era tirando a pequeño. Dos habitaciones, una cocina, un salón, un aseo y un baño se enseñaban en muy poco tiempo.
“…y ésta – dijo Pedro, mientras abría la puerta – es nuestra habitación”
Pulsó el interruptor, y las lámparas se encendieron… debajo de la cama.”
¿Te imaginas la cara de los primos?
Pero en griego, “anécdota”, significa más bien lo que nosotros conocemos por “chiste”, y rebuscando entre sus post, me he encontrado éste, que estaba bajo el título de “Filtro”, que es otra palabra que compartimos.
“En la antigua Grecia (469 – 399 AC), Sócrates era un maestro reconocido por su sabiduría. Un día, el gran filósofo se encontró con un conocido, que le dijo muy excitado:
«Sócrates, ¿sabes lo que acabo de oír de uno de tus alumnos?»
«Un momento» respondió Sócrates. «Antes de decirme nada me gustaría que pasaras una pequeña prueba. Se llama la prueba del triple filtro».
«¿Triple filtro?»
«Eso es», continuó Sócrates. «Antes de contarme lo que sea sobre mi alumno, es una buena idea pensarlo un poco y filtrar lo que vayas a decirme. El primer filtro es el de la Verdad. ¿Estás completamente seguro que lo que vas a decirme es cierto?»
«No, me acabo de enterar y…»
«Bien», dijo Sócrates. «Conque no sabes si es cierto lo que quieres contarme. Veamos el segundo filtro, que es el de la Bondad.
¿Quieres contarme algo bueno de mi alumno?»
«No. Todo lo contrario…»
«Con que» le interrumpió Sócrates, «quieres contarme algo malo de él, que no sabes siquiera si es cierto. Aún puedes pasar la prueba, pues queda un tercer filtro: el filtro de la Utilidad. ¿Me va a ser útil esto que me quieres contar de mi alumno?»
«No. No mucho»
«Por lo tanto» concluyó Sócrates, «si lo que quieres contarme puede no ser cierto, no es bueno, ni es útil, ¿para qué contarlo?»
Esto explica el por qué de la grandeza de Sócrates, y por qué se le tenía en tanta estima.
También explica porqué nunca se enteró de que Platón se tiraba a su mujer”
En todo caso, una buena recomendación. Gracias jefa, me has salvado la columna de hoy.
Lola Larreina para AtenasDigital.com