Año nuevo, vida nueva.
Yo no sé tú, pero yo todavía me acuerdo de la sensación que me producía, como quien dice, hasta “antesdeayer” eso de estrenar año. No sé, parecía que se te recargaban las pilas y salías a la calle como nueva, con las baterías a tope y con ese aíre de “ahora todo empieza de nuevo”.Pues ya no. Atrás quedaron los nervios que te entraban cuando, después de haberte comido (o no) las uvas, salías en pos de tu pandilla y los veías por primera vez en el año.
En seguida me empecé a dar cuenta de que, al margen de que te pusieras de punta en blanco (y te helaras de frío) y estuvieras deseando lucir palmito delante del chico que te gustaba, esa era la peor noche del año para salir. Primero te pasabas una hora metida en un embotellamiento, con muchas risas, y muchos pitidos, y mucho “Feliz año nuevo” a todo el mundo, pero de entrada ya se te iba una hora en llegar a dónde fueras. Como además, por pronto que salieras, la una o la una y media te daban en casa felicitando a la familia y dándote los últimos toques, y cuando por fin llegabas a la fiesta, te pegabas unos bailes y te tomabas unas copas, mirabas el reloj, y hala, las cinco de la mañana.
Total, que en cuanto te formalizabas un poco, lo que realmente te apetecía era quedarte en casa, que bebías gratis y además veías el especial de “martes y trece” (si, ya se que con esto me delato como cuarentona camino de cincuentona), que iba a ser lo que más se comentara al día siguiente.
Ahora, que visto lo visto en las cadenas de televisión española, me parece que están haciendo una estupenda labor para animar a la gente que salga, porque vaya coñazo tú.
Pero lo que te decía, que ya no me incorporo yo al año nuevo con los bríos de la juventud. Qué pena.
Ahora empieza el año y lo que estoy deseando es que terminen ya las celebraciones, porque me va a dar algo al hígado. Abro el armario y me pongo a buscar como una loca aquel pantalón vaquero que me quedaba holgado y rezo porque no lo haya desechado en una de las ventoleras de limpieza de ropa. Y lo encuentro, y me lo pongo, y al subírmelo me quedo con las presillas en la mano y el pantalón a media cadera.
Pero lo he pasado muy bien ¿eh?. Disfrutando de la familia y de mi Madrid del alma. Nos volvimos el día antes de Reyes porque el siete tocaba colegio y trabajo y no era plan de pasarnos el último día de fiesta entre aviones y aeropuertos. Necesitábamos descompresión.
El año nuevo no nos ha traído de momento gobierno nuevo. Bueno, ni nuevo ni viejo, porque estamos “en funciones”. Y esperando a ver pon dónde van los tiros. Que quién nos iba a decir a nosotros el año pasado que a estas alturas habría una situación política más estable en Grecia que en España. Si ya lo dice el refrán “no digas de este agua no beberé, ni este cura no es mi padre”.
Los Reyes Magos no llegan a Grecia. Bueno, depende. Si le preguntas a mis hijos te dirán muy serios que no llegan a Grecia, así en general, pero que llegan a los niños españoles. Menudos son ellos para que les quite una celebración.
Aquí el día de reyes no hay regalos. No. Aquí un sacerdote bendice una cruz en un puerto, la tira al agua, y detrás se tiran los “mozos” a ver quien la saca, y hay hasta tortas. Que hay que tener ganas (o fe, dirán otros) para tirarse al mar en pleno enero. Se supone que conmemoran el bautismo de Cristo y la bendición de las aguas, pero a más de uno le ha llegado la bendición en forma de neumonía fijo.
Y del Oriente lo único que sigue llegando son ecos de guerra y riadas de refugiados.
Año nuevo ¿vida nueva?. No. Misma historia. Pero aquí estamos, que ya es para alegrarse.
¿Y los propósitos de año nuevo?. Pues mira, yo, que seré lo que tu quieras pero a práctica no me gana nadie, he cogido la lista del año pasado, la del: Voy a ir al gimnasio, voy a poner orden en todos los armarios, voy a tirar todo lo viejo, voy a dejar de fumar, voy a hacer régimen y le he puesto un NO delante a cada frase. A ver si así…
Feliz 2016.
Lola Larreina para AtenasDigital.com