San Valentín
Estoy segura de que te has pasado la vida pensando que la celebración del día de San Valentín es un montaje de unos grandes almacenes para vender regalitos en la fecha en cuestión. Pero resulta que no, que, como casi toda efeméride que se precie, de algo viene. Que luego lo haya aprovechado una mente con una visión claramente comercial es otra cosa, pero historia tiene. Te la cuento:
Pues resulta que en el siglo tercero después de Cristo, Claudio II emperador en Roma, prohibió que los soldados se casasen, porque así tenían menos ataduras al mundo e iban más alegremente a ser ensartados en cualquier lanza, los pobres. Pero hete aquí que un sacerdote católico del templo, llamado Valentín, decidió pasarse la medida por el arco del triunfo y se dedicó a casar a escondidas a los soldaditos. A Claudio esto no le hizo ni la menor gracia, y para dejarlo claro, ordenó ejecutar al pobre cura, según cuentan, un 14 de febrero.
Pero no fue hasta más de dos siglos después, cuando el papa Gelasio, decidió consagrar el día 14 de febrero a San Valentín y declarar esa fecha como el día del amor. Y tú te dirás: “mira que papa más enrollado y romántico”. Pues permíteme que te saque de tu error. Al Papa en cuestión le traían de cabeza unas celebraciones paganas, las Lupercales, que se celebraban por esas fechas. Y con esa destreza que ha tenido toda la vida la iglesia para “reconducir” fiestas que no cuadran con su mentalidad, decidió que la historia del cura que casaba soldados a las espaldas del emperador romano le venía de perlas para, a la chita callando y sin que se dieran cuenta, reinventar una fiesta de excesos y carnalidad en algo mucho más ordenadito, moderado y sometido al sagrado vínculo del matrimonio. No sabía nada, el Gelasio.
Luego ya sí, hacia 1842 una artista y empresaria norteamericana llamada Esther Howland, le supo ver el potencial crematísitco al tema y se inventó las felicitaciones de San Valentín y empezó asociarlas a los corazoncitos y a la figura de cupido.
Después de esto la cosa fue un no parar. A prácticamente todos los países del mundo, y en concreto a sus comerciantes, les pareció una idea estupenda eso de celebrar un “día de los enamorados” en el que éstos se intercambiaran regalillos, flores, dulces, salieran a cenar y todas esas cosas que se hacen. Porque se hacen. Porque a nadie le importa la fecha (te dirán), pero por aquello de “A ver si me va a regalar algo y yo no voy a tener nada para él/ella”, caes como todo el mundo. Y a mi me parece muy bien. Mujer, cualquier ocasión es buena para un poco de buen rollo ¿no?.
Pero llegados a este punto de mi investigación “valentinera», me he dicho: ¿y qué hacen los griegos celebrando una fiesta católica? ¿No tenían ellos otro santo con el que tapar los excesos de Cupido, de Afrodita y de todos los dioses del Olimpo que, en cuestión de celebraciones carnales se las sabían todas? ¿Los ortodoxos aceptando celebrar a un santo “importado” de los católicos?.
No se si te acuerdas del abuelo de la película “Mi gran boda griega”, que podía relacionar etimológicamente cualquier palabra de cualquier idioma con el griego, demostrando así que ellos lo habían inventado todo. Me acuerdo de la nieta preguntándole, en plan “te he pillado”, que de dónde venía la palabra “Kimono” y el abuelo diciendo todo serio que como el Kimono era una prenda que se ponía para no pasar frío, estaba claro que procedía de la palabra griega “Jimóna” (invierno). “Ahí lo tienes”, terminaba siempre con esta frase sus explicaciones.
Y seguro que si le preguntáramos a él sobre San Valentín, nos diría: es griego. Y para demostrárnoslo nos contaría la historia de unas reliquias que tras numerosas aventuras y periplos, recabaron en la isla griega de Lesbos donde reposaron por más de un siglo en una iglesia de sacerdotes capuchinos, los cuales las llevaron consigo a Atenas cuando fundaron allí la iglesia de San Francisco y Santa Clara, donde se encuentran actualmente.
¿Adivinas de quién son esas reliquias? ¡Ahí lo tienes!
En fin, que sea por una costumbre pagana, católica o por lo que sea; te guste el rollo de las flores, los regalitos y los corazoncitos o no, lo importante es que haya amor, que está la cosa muy crispadita.
Lola Larreina para AtenasDigital.com