Abramovic lleva a Atenas un nuevo viaje a la conciencia del tiempo
Ana Mora Segura. Atenas, 12 mar (EFE).- Una mujer vestida de rojo cuenta en voz alta «Ena, dio, tria…». De vez en cuando apunta en un papel una cifra, y vuelve a empezar. Virginia Mastrogiannaki está midiendo el tiempo que pasa, cuenta cada segundo en voz alta. Intenta estar concentrada en eso y nada más.
Es difícil, porque hay público observándola. También porque va a estar haciendo eso mismo durante ocho horas al día a lo largo de siete semanas.
Hasta el 24 de abril, 29 jóvenes artistas, de los cuales 24 son griegos, forman parte de As One, un proyecto lanzado por el Marina Abramovic Institute y NEON en el Museo Benaki de Atenas, que busca dar a conocer la performance más allá de los círculos especializados.
Esta disciplina artística ocurre en un momento concreto y solo ante los ojos del espectador. No cuelga de la pared de ninguna galería ni se puede coleccionar. Es precisamente esa existencia efímera la que le da valor. El momento en que el artista y el espectador conectan es irrepetible y difícil de conseguir, las dos partes deben estar preparadas y predispuestas.
Así como los artistas han pasado por un proceso de aprendizaje muy duro para preparar sus intervenciones con Abramovic, durante el cual estuvieron entre tres y cinco días sin comer ni hablar, aquellos que se acerquen al Museo Benaki pueden participar en actividades basadas en el Método Abramovic para entrenarse y comprender mejor las perfomances que se llevan a cabo.
Cuando los visitantes entran se les pide que dejen todos los objetos electrónicos, especialmente relojes y teléfonos móviles, en una taquilla. El trabajo de Marina Abramovic se caracteriza por intentar acortar la distancia entre artista y público, algo que se ha convertido en una cruzada personal en sus últimos trabajos, especialmente ahora que todo el mundo lleva en el bolsillo un aparato que reclama su atención constante.
Tras unos ejercicios de relajación y estiramiento, el visitante se pone unos cascos que aislan todo ruido y, en el silencio más absoluto, entra en un espacio en el que todo el mundo anda lentamente.
Una mano amiga le agarra y le guía a cualquiera de los siete ejercicios basados en el método de la artista serbia que hay a su disposición. Puede realizarlos durante el tiempo que quiera. Precisamente olvidar cuánto tiempo llevamos dedicando a una tarea, para disfrutarla plenamente, es el objetivo.
Una fila de desconocidos sentados frente a frente, sin hablar, se observan. Al principio sonríen tímidamente pero van pasando los minutos y siguen mirándose a los ojos. Algunos acaban cogiéndose de las manos. Otros, simplemente, se levantan y se van.
Uno de los facilitadores, entrenados para acompañar al visitante durante su paso por el método Abramovic, lleva a un visitante a una zona donde al aislamiento sonoro provocado por los cascos se suma la ceguera.
Le tapa los ojos con una cinta negra y le explica, entre susurros, que tiene que moverse lentamente.
Al principio echa a andar, más preocupado por chocar con una pared que por cualquier otra cosa. Pero la falta de sensaciones audiovisuales da paso a una percepción mayor de los propios movimientos, de cómo ese músculo que no sabías que estaba ahí le ayuda a dar el siguiente paso. Y funciona. De repente, es consciente de cómo su cuerpo interactúa con el entorno en ese momento concreto.
El espectador que ha pasado por esta serie de ejercicios tiene una predisposición mayor a valorar las performance que se llevan a cabo en el resto del edificio, o sus alrededores.
Después de este experimento es más sencillo ver, y no solo mirar, a ese chico que está sentado al borde del vacío en el edificio en ruinas que hay en la acera de enfrente.
Comprender cómo puede una persona permanecer ocho horas consecutivas, a lo largo de varios días, haciendo lo mismo, exponiéndose así, viene ligado a que el observador ha sido capaz de dejar atrás todas las distracciones y estar aquí y ahora, disfrutando la sensación.
A las puertas de los 70 años, Marina Abramovic quiere dejar un legado más allá de la documentación y el recuerdo de sus actuaciones: traspasar la experiencia acumulada a la siguiente generación y, especialmente, colocar la performance al mismo nivel que otro tipo de disciplinas artísticas.
Convertir la vanguardia en mainstream pasa inevitablemente por enseñar al público a apreciar lo que se le presenta, y eso es justo lo que está ocurriendo en Atenas estos días. EFE