Los griegos ayudan a los refugiados en homenaje a sus antepasados
Yanni Chryssoverghis. Atenas, 13 mar (EFE).- Miles de griegos contribuyen, a través de las organizaciones no gubernamentales y de las iniciativas ciudadanas, con los refugiados -que llegan cada día más numerosos a las islas del mar Egeo- ofreciendo desde paquetes de comida a artículos de primera necesidad.
Una solidaridad sin precedentes que sorprende en un país donde el partido neonazi Amanecer Dorado cuenta con el apoyo de más del 6 % del electorado y donde casi todos los partidos políticos, con la excepción de la izquierda, suelen hacer de vez en cuando declaraciones más o menos xenófobas.
Escenas como las del partido neonazi repartiendo comida «solo para griegos» contrastan con las de las abuelas de Lesbos dando el biberón al bebé de una pareja de refugiados recién llegados desde las costas de Turquía, en un gesto de profunda solidaridad.
La imagen de estas abuelas dio la vuelta al mundo, porque en ese momento había un fotógrafo presente.
Sin embargo, no es una escena excepcional, es solo un ejemplo de lo que desde hace meses forma parte de la vida cotidiana de este país golpeado desde hace siete años por una crisis económica sin precedentes: miles de ciudadanos han sacado de donde no tienen para ofrecer ayuda al casi un millón de refugiados que ha pasado por Grecia en el último año.
Andreas Papaspyr, alcalde de Kónitsa (noroeste de Grecia), donde funciona una pequeña instalación de acogida de refugiados, explicaba a los medios locales que los habitantes de su pueblo «tienen mucha sensibilidad» con este tema porque «buena parte de sus antepasados emigraron hace 90 años desde la región de Capadocia (actual Turquía)».
De hecho, casi la mitad de los griegos tienen un abuelo o un bisabuelo que fue refugiado.
En 1922, tras la derrota del ejército griego en su campaña de Turquía, que puso fin a un siglo de guerras greco-turcas, centenares de miles de griegos, que desde hacía muchas generaciones cohabitaban con la población turca en Asia Menor, fueron forzados a instalarse en Grecia.
Tras «la catástrofe», como se llama este hecho en Grecia por sus consecuencias desastrosas, un estado griego con entonces apenas cinco millones y medio de habitantes tuvo que admitir a casi un millón y medio de refugiados griegos.
En la periferia de todos los centros urbanos de Grecia nacieron barrios con nombres tales como Nea Smyrni (Nueva Esmirna), Nea Alikarnasós (el nombre griego de Bodrum), Nea Ionia (del nombre griego antiguo de la costa turca del Egeo), habitados por los recién llegados desde Turquía.
A ellos se unieron más tarde decenas de miles que fueron expulsados de Rumanía, en 1940, por el régimen fascista de Antonescu; de Egipto, en 1956, tras la crisis de Suez; y de Estambul, en 1955 y en 1964, a causa de la crisis chipriota.
«Por la tarde, cuando los vecinos se reunían para tomar el café, los más mayores siempre contaban historias de la ‘huida’: cómo debieron dar las joyas de la familia al traficante que les trasladó a las islas, las atrocidades de las que habían sido testigos…», explica a Efe Kyriakos, cuyas abuelas y abuelos fueron todos refugiados.
Kyriakos destaca que se trata de historias idénticas a los testimonios de los refugiados que desde 2013 llegan cada día más numerosos a las islas.
«Cuando vi en la televisión las imágenes con las lanchas neumáticas repletas de gente desesperada entendí de qué hablaban mis abuelas», añade.
Kleoniki, de 87 años, nacida en Atenas de padres refugiados, contribuye cada mes con una parte de su pensión al reparto de comida que organiza una parroquia de Nea Ionia.
«Cuando mi madre y mi abuela vinieron a Grecia tuvieron que vivir varios meses en tiendas de campaña. A mi abuelo, como a los demás hombres de su pueblo, lo habían tomado como rehén los turcos. Mi abuelo llegó a Grecia dos años más tarde. Muchos nunca llegaron», dice Kleoniki.
«Cuando llegan a las playas los refugiados nos miran y saludan con tanto agradecimiento y amor…», decía recientemente en una entrevista Efstratía Mavrapidi, de 89 años y una de las abuelas de Lesbos nominadas para el Premio Nobel de la Paz, ella también hija de refugiados.
La ayuda que prestan desinteresadamente los hijos y nietos de refugiados de entonces a los refugiados de ahora es un reflejo de que sus respectivas historias, aunque distintas en tiempo y territorio, son una sola: la de supervivencia.