El hermano ignorado de Idomeni, el área de descanso permanente
Ana Mora Segura. Idomeni, 20 mar (EFE).- La E75 es una de las carreteras principales de Europa. Conecta el sur de Grecia con el extremo noreste de Noruega. Para ello atraviesa la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM), Serbia, Hungría, Eslovaquia, la República Checa, Polonia y Finlandia.
En su camino hacia una vida mejor, los 12.000 refugiados que a día de hoy malviven en Idomeni, a la espera de poder cruzar la frontera macedonia, siguieron esta misma ruta.
Más de 2.600 se han instalado en una gasolinera en esta carretera, próxima a la pequeña ciudad de Polikastro. A 25 kilómetros de Idomeni, este es uno de los campamentos satélite que se multiplican conforme uno se acerca a la frontera.
Decenas de tiendas de Médicos sin Fronteras (MSF), de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) e iglús de colores inundan el área de servicio.
La mañana después de que el acuerdo de inmigración entre la Unión Europea y Turquía entrara en vigor ha salido el sol y los habitantes de este inusual campamento lo aprovechan al máximo.
Muchos toman café en la pequeña cafetería, una pareja toma el sol tumbada en el césped que separa los surtidores de la carretera, y los niños juegan al fútbol en la zona reservada para camiones.
Hesham, de 16 años, para el balón antes de que se escape y lo devuelve de una patada al partido que se celebra a unos metros.
Va descalzo porque las únicas zapatillas que tiene le están pequeñas. Hesham es uno de tantos menores que viaja solo. Todas sus cosas de valor, el poco dinero que le queda y el teléfono móvil, las guarda en una funda impermeable colgada del cuello. Cuando se le pregunta por su familia, señala al cielo.
Sara, periodista catalana, lleva dos semanas trabajando como voluntaria en los alrededores de Idomeni. Antes, estuvo mes y medio en Lesbos.
«En las islas era más fácil, aquí está todo menos organizado, siempre hay algo que hacer», dice.
Por eso, decidió centrar sus esfuerzos en la gasolinera porque es una de las zonas menos atendidas.
La gran mayoría de las organizaciones y repartos se acumulan en Idomeni, el campamento más cercano a la frontera, y el más poblado.
Un voluntario de MSF, que no ha querido dar su nombre, se queja: «Además de algunos voluntarios que se acercan, Médicos Sin Fronteras hace todo el trabajo aquí. Antes la gente solo descansaba aquí unas horas y seguía, pero ACNUR dejó unas cuantas tiendas y se fue, y ahora ya viven aquí 2.600 personas».
Médicos Sin Fronteras reparte comida y productos de primera necesidad todos los días, tiene una clínica móvil y ha montado unas 20 tiendas de campaña con sistema de calefacción. En cada tienda duermen unas 25 personas.
Ahmed duerme en un iglú junto a sus amigos frente a una de estas tiendas, que están reservadas a familias o personas más vulnerables.
Está cansado de andar y está pensando en acogerse al sistema de reubicación. No le importaría quedarse en Grecia. «Hace buen tiempo y la gente es amable. Antes de venir aquí estuve en Atenas y vi la Acrópolis. Era el paraíso, pero ahora estoy en el infierno», cuenta.
No es la tónica general. A pesar de la evidencia de las fronteras cerradas, la mayoría de personas de Idomeni y alrededores no se va a ninguna parte. La esperanza de poder cruzar la frontera en algún momento, legal o ilegalmente, y el hecho de que muchos se han quedado ya sin dinero, los mantiene en sus trece.
Es el caso de Mohammed, sirio de 26 años, que viaja con su esposa Slava, de 21. Llevan casados seis meses. Mohammed la conoció en el kurdistán iraquí cuando escapó de la guerra en Siria, y se casaron para poder hacer el viaje a Europa juntos. Tras pagar a diversos traficantes para llegar hasta aquí, solo les quedan 300 euros.
Quieren ir a Alemania para reunirse con su hermano, que lleva allí ya cuatro meses.
«El gran problema es que no hay información, nadie nos dice qué va a pasar. Todo el mundo dice cosas distintas. Mi hermano nos dice que Alemania puede acogernos, otros que no». Lo único que Mohammed tiene claro es que no van a volver atrás.
Mohammed cuenta que algunas personas llevan en huelga de hambre todo el fin de semana. Quieren demostrar que no vienen a vivir de la caridad. «Vinimos aquí para poder vivir, para tener un futuro, no para estar aquí sentados», dice.
Cuando la pareja llegó a Lesbos, Slava se emocionó ante las sonrisas de los voluntarios que les recibían. «Ahora somos humanos», recuerda Mohammed que le dijo su mujer al desembarcar. Menos de un mes después, se pasan la mañana contemplando la carretera que podría llevarles a una nueva vida. Para ellos, está cerrada. EFE