Ducharse, un privilegio fuera del alcance para los refugiados del Pireo
Ana Mora Segura. Atenas, 30 mar (EFE).- Un niño de unos siete años se pasea entre tiendas de campaña con unos guantes de látex y una bolsa de basura que va llenando con lo que encuentra. Junto a más de 5.000 refugiados malvive en el puerto del Pireo, donde las condiciones higiénicas apenas merecen ese calificativo.
En la E2, uno de los muelles del puerto, la terminal que servía de sala de espera para aquellos que tenían que coger un ferri, es ahora una gran habitación comunal para más de un centenar de refugiados que hacen vida en ella.
Un servicio para hombres y otro para mujeres, con cuatro W.C. cada uno, es el único lugar donde estas personas pueden asearse. De los lavabos sale agua helada y tras cada puerta hay colas eternas.
Esto es, además de una toallita húmeda o una botella de agua mineral, lo más parecido a una ducha a lo que pueden aspirar en este campamento improvisado.
Maaria, afgana y madre de tres hijos, lleva 20 días aquí y solo se ha duchado una vez, y eso solo gracias a que un matrimonio griego les ofreció a ella y a su familia asearse y lavarse el pelo en su casa.
De eso ya hace muchos días. Ahora quisiera volver a lavarle el pelo a su hijo Ahmed, el más pequeño, de seis años, pero teme que el agua gélida le haga enfermar. «Ya ahora está bastante débil», cuenta.
Fuera, rodeados de tiendas de campaña y charcos que dejó la lluvia la noche anterior, unos diez baños portátiles están a su disposición, pero ahí la cola es mucho menor porque no tienen agua y normalmente están sucios.
«Es inadmisible que todo este sufrimiento y miseria en el puerto del Pireo esté teniendo lugar con el sello oficial de los líderes de la Unión Europea (UE)», afirma Eva Cossé, especialista en Grecia de Human Rights Watch, en un comunicado.
«Cuánto tiempo harán la vista gorda los gobernantes de la UE ante las violaciones de los derechos humanos que están creando», se pregunta.
La organización no gubernamental defensora de los derechos humanos ha denunciado las «condiciones miserables, insalubres e inseguras» de los campamentos informales del puerto.
Todo el que llega al puerto recibe de los voluntarios de Cruz Roja una bolsa de aseo individual con un cepillo y pasta de dientes, champú, gel, una pequeña toalla, tiritas… Pero el espacio y la intimidad no se la pueden proporcionar.
La misma manta hace de suelo, silla y mesa. Sobre estas mantas grises con el logotipo de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) las familias pasan el día, los niños juegan, guardan todas sus pertenencias y, por supuesto, comen. Eso, unos con otros, sin paredes ni puertas que otorguen algo de privacidad.
Junto a los servicios hay una puerta con un dibujo de un biberón, tras la cual los voluntarios que organizan la vida aquí almacenan material de aseo para niños e higiene íntima.
Cuando en la terminal solo había turistas de camino a alguna isla era la cantina.
No faltan compresas o pañales cuando alguien las necesita, pero para cambiarse tienen que esperar en las largas colas de los servicios o pedir a sus familiares que les tapen con mantas.
«Nunca pondría a mi familia en esta situación si se pudiera vivir en mi país. La situación sanitaria e higiénica aquí es horrible», afirma Maaria.
Mientras, la bolsa que arrastra el niño de los guantes de látex, varias tallas grandes, está casi llena. A su alrededor un grupo de niñas corretea, persiguiéndose. Una de ellas tiene la cabeza rapada a causa de los piojos. Él las mira, coge otro papel del suelo, y sigue su camino. EFE