El jamón
Si, amigos. Aquí estoy. Esta semana he sobrevivido a tres fiestas infantiles (una de ellas la de mi niña), dos galas de natación, dos asambleas de fin de curso, un show de gimnasia rítmica (con elaboración de peinado y maquillaje incluído). Me queda otra semana de fiestas (2) de despedidas de educación primaria (del niño) y otro show de gimnasia rítmica. Pero ya estoy vislumbrando las vacaciones, así que mucho más tranquila.
El viernes pasado, después de releerme la columna de “fiesta infantil”, mi tensión fue en aumento mientras seguían llegando más confirmaciones. Hasta me planteé inventarme un problema de salud y cancelar la fiesta, pero sólo pensar en decírselo a la niña, me ponía realmente al borde de un síncope, así que me dije: “Lola, echa mano de tus capacidades de comunicación, y pon las cosas en su sitio, que te va a dar un algo.”
Y me puse a ello. Y mandé una actualización (o «update») a los padres diciéndoles que dada la calurosa acogida que había tenido la invitación de mi hija, y si no querían que sus hijos terminasen ahogados y ellos ninguneados, que hicieran el favor de dejarme a los niños en la puerta y que se fueran a dar una vuelta hasta la hora de recogerlos. Todo esto en fino y en inglés, claro.
Durante unos días temí que en una de esas asambleas de fin de curso a las que asistí en el cole, mientras proclamaban los premios al “mejor deportista”, al “mejor ciudadano” y al “más respetuoso con el medio ambiente”, de repente dijeran mi nombre y me dieran el premio a la “madre más borde”.
Alguna hubo que intentó técnicas de guerrilla y me sugirió que se quedaría a echar una mano (como si no supiese yo que lo querían era beberse nuestro estupendo vino español). Nada, fui implacable. El vino no se saca hasta que los niños estén fuera del agua, así que si queréis vino, venís al final de la fiesta (esto también en fino y en inglés). Pero, oye, al margen de unas cuantas que me chantajearon con tener que recoger a sus niños del colegio “ya que como no podían quedarse, les venía mal llevarles y ya casi se quedaban tranquilas en casa hasta la hora de la recogida”, la cosa funcionó y no se me apuntó ninguna.
Otra cosa que se me ocurrió para simplificarme la vida en la fiesta, en lugar de pedir “catering”, que me salía por uno ojo de la cara con tanto niño, o tener que cocinar (que directamente no se contemplaba), fue pedir pizzas. Hice un cálculo: cada pizza 12 porciones grandes. Treinta niños. 4 de la tarde. 4 pizzas. 48 porciones. Más patatas y ganchitos. Suficiente.
Me equivoqué. Después de hora y media en el agua, los niños se lanzaron a la comida de tal manera que poco más y se comen al pizzero, que no lograba avanzar en el jardín haciendo equilibrios con las cuatro cajas y rodeado de churumbeles que parecía que no habían comido en tres días.
Las 48 porciones, las dos bolsas gigantes de patatas, las 4 de ganchitos y 10 litros de zumo de frutas, desaparecieron en cuestión de segundos y de repente tuve 60 ojos clavados en mí que decían a gritos “Queremos más”. Hasta miedo tuve.
Pero hete aquí que mi santo, con el que andaba yo mosqueada por no haberle dado un palo al agua en la cuestión de la organización de la fiesta, intervino.
Yo, en un primer momento, cuando le ví aparecer con la pata de jamón, creí morir. “La van a despedazar”, pensé, “nos dejan el hueso mondado”, temí. Pero sea por la curiosidad que les produjo la visión (no hay que olvidar que estamos en Grecia y por aquí no se ven muchas patas de jamón), sea por la presencia del cuchillo jamonero, lo cierto es que se hizo el silencio y rodearon a mi marido calladitos sin decir “esta boca es mía”, entre otras cosas porque empezaron a emplearla en probar el jabugo. ¡Qué caritas de no haber probado nada mejor en su vida! ¡Ni aunque que les hubiera dado el chocolate más selecto lo habrían disfrutado tanto!
La reacción de una de las niñas más pequeñas me dejó loca. Después de haberse tomado no pocas lonchas de las que iba cortando mi marido (que, todo hay que decirlo, es el mejor cortador de jamones que hay ahora mismo en el extranjero), cogió un plato de plástico y fue colocando unas cuantas sin comerlas. Cuando tuvo lo que le pareció suficiente, se me acercó y me dijo “¿podrías darme un poco del plástico ese de conservar los alimentos, por favor?”. Cuando, extrañada, le pregunté que para qué lo quería, me contestó: “Para llevárselo a mis padres, porque esto tienen que probarlo.”
Ni qué decir tiene que casi me derrito. La insté a que se lo comiera ella y lo disfrutara y le prometí que invitaría a sus padres a casa a que lo probaran. A continuación miré a la asistenta y le dije ¡Abre la puerta y saca el vino que van a empezar a llegar los padres!
Y es que, lo que no solucione un buen jamón…
Lola Larreina para AtenasDigital.com
Hola Lola,
Puede que te pueda sonar a broma, pero soy un español que se casa en Atenas en agosto de 2017 y estoy buscando un cortador de jamón allí.
Quizá tu marido pueda ayudarme? Por lo que cuentas, se le da bien. Si no él, quizá conozcais a alguien que pueda hacerlo.
De todas formas, discúlpame si no es así.
Muchas gracias por tu blog y saludos!
Juan Manuel
Hola Juan Manuel, Muchas gracias por tu comentario. Te juro que me encantaría que mi marido te hiciera de cortador en tu boda, ¡que me gusta a mí un bodorrio!, pero en Agosto no estaremos por aquí. Pero se me ocurre que hay un restaurante español en Atenas, que se llama «Salero» (www.salero.gr). Igual ahí te pueden echar una mano.
¡Buena suerte! Lola.