La patrona
Llevo más de dos años contando en esta columna las aventuras y desventuras de las expatriadas y de repente, me encuentro una noticia sobre un documento desclasificado por la Inteligencia Británica, ahí es nada, sobre la que estuvo a punto de montar una paisana expatriada, allá por 1943. ¡Una expatriada ilustre! Araceli, se llamaba.
Araceli González Carvallo, nació en 1919 en Lugo, y, por lo que se ve, fue una mujer de armas tomar. Cuando estalló la Guerra Civil en España, se ofreció como voluntaria en un hospital de sangre. En el 38 se mudó a Burgos a trabajar de secretaría del gobernador del Banco de España, y allí, en 1939, conoció a un apuesto oficial, llamado Juan Pujol, del que se enamoró.
Parece que el flechazo fue mutuo. Se casaron y al terminar la guerra se instalaron en Madrid. Aquellos jóvenes idealistas, preocupados por el avance del fascismo en Italia y Alemania, se plantaron en la embajada británica para ofrecerse a colaborar contra Alemania, pero al parecer pasaron bastante de ellos.
Y entonces Araceli, lista como ella sola, le sugirió a su marido que se ofreciera a colaborar con los alemanes, que así podría convertirse en una pieza valiosa para los británicos. Y acertó, ya que su marido, Juan Pujol, “Garbo” de nombre de guerra, fue contratado por los alemanes y enviado a Londres para dedicarse a sus menesteres, y Araceli se fue con él de “señora de espía”. Allí, Pujol, hizo creer a los alemanes que dirigía una red de agentes en Londres, y logró convencer a los servicios de espionaje de Hitler de que el famoso “Desembarco de Normandia” se haría en un momento y en un lugar distinto del que realmente estaba planeado, cuestión que hizo que los alemanes no estuvieran preparados y que terminaran perdiendo la guerra.
Pero lo que cuentan los documentos desclasificados en estos días, es que si el servicio de inteligencia Británica y su propio marido, no hubieran “neutralizado” a Araceli, la historia habría podido ser muy distinta. ¿Que por qué?.
Pues porque Araceli, mujer trabajadora, inteligente y brava donde las haya, se moría de asco en Inglaterra. Debido al delicado trabajo de su marido, no la dejaban relacionarse con otros españoles. No soportaba el clima (y eso que era de Lugo), y, en sus palabras, “demasiados macarrones, demasiadas patatas, y no suficiente pescado”. Y echaba de menos a su madre. Con dos niños pequeños y, como quien dice, “atada a la pata de la cama”, su mosqueo fue subiendo hasta límites insospechados y un día se puso en jarras delante de su marido (así me la imagino yo) y le dijo: “Hasta aquí hemos llegado Juan (palabras mías también), o me mandas con los niños a ver a mi madre, o cuento que eres un espía doble y que arda Troya” (o París, o lo que tuviera que arder). “No soporto esto ni un día más, si no me mandas tú, me manda la embajada de España”.
Pero la MI5 temía que, si volvía a España, se fuera de la boca y comprometiera toda la operación secreta y hasta llegaron a colocar a una agente en la embajada, por si Araceli se aproximaba.
Un día de 1943, el enlace de Garbo en el MI5, Thomas Harris, tuvo la ocasión de observar en vivo y en directo uno de los arrebatos de la señora, y decidió tomar cartas en el asunto. Grabó la conversación: “¡No quiero vivir ni cinco minutos más con mi marido, aunque me maten, me voy a la Embajada Española!”, decía. En el informe desclasificado, Harris escribía: “Nunca logró adaptarse al modo de vida inglés, tampoco ha sido capaz de aprender el idioma”, escribe. “Su deseo de volver a su país y, en particular, de ver a su madre la lleva a comportarse en ocasiones como si estuviera desequilibrada (…)». Qué iba a saber Harris de estas cosas, claro.
Para solucionar el tema a Harris se le ocurrió que, si Pujol era capaz de engañar a Hitler, bien podría engañar a su esposa, pero estaba claro que todo tenía que estar bien organizado (que todo el mundo sabe que no hay espía alemán que supere a una mujer despechada), así que un buen día el esposo desapareció, y Harris informó a Araceli de que Pujol había sido detenido debido a su comportamiento violento y amenazador . Le vendaron los ojos y la llevaron a un centro de detención para que se entrevistara con su esposo, el cual la convenció de que firmara un documento comprometiéndose a no delatarle y a no volver a insistir en irse a España hasta que todo el plan hubiera sido completado.
El resto es historia. Los aliados entraron por Normandía cuando los alemanes no se lo esperaban y ganaron la guerra. Juan Pujol fue tratado como un héroe. Después de la guerra Juan y Araceli se separaron y ella volvió, por fin, a España. Pujol se mudó a Venezuela. Digo yo que diría: “Yo pongo tierra (o en este caso mar) de por medio, porque como los ingleses no cumplan con lo de clasificar los documentos, y salga a la luz la que montamos, esta es capaz de matarme”.
Ellos cumplieron. Y yo nombro ahora mismo a Araceli “patrona de las expatriadas”. Y vosotros, expatriados míos (a los hombres me refiero), cuidadito con atarnos corto y no preocuparos por nuestro bienestar, que si hay que cambiar el rumbo de la historia, se cambia. Pues menudas somos.
Lola Larreina para AtenasDigital.com