El retorno
¿Tú sabes qué es el “Choque cultural Inverso”?. Yo tampoco lo sabía hasta hace unos días, cuando cayó en mis manos un artículo que lo explicaba. Porque mucho se habla (o por lo menos yo os hablo de ello cada semana) de las experiencias de los expatriados en sus países de acogida, pero ¿y qué pasa cuando vuelves?.
Bueno, yo no te puedo hablar por experiencia propia, claro, ya te he contado que soy novata como expatriada, pero después de leer el artículo me quedó una sensación un poco amarga. Porque que tú te crees (y yo) que lo difícil es irse. Pero resulta que no, que lo de volver parece que también puede ser chungo.
El artículo empieza bien: “Volver a casa para quedarse después de una temporada expatriado es sentirse pletórico, creer que no hay nada imposible, llenar de aire los pulmones, relajado, sin dificultad para respirar. Es alegría, energía, un subidón constante. Son abrazos a destajo, fiestas continuadas de bienvenida y una placidez que atonta. Normalmente, cuanto mayor haya sido el tiempo fuera y la distancia, mayores serán estas sensaciones.”
Pero enseguida viene lo chungo: “Igual que mayor será el golpe de realidad sorprenda a un expatriado retornado. Los expertos lo llaman Choque Cultural Inverso. “Creo que no hay realmente una manera de describir este sentimiento a quienes no lo han vivido. Es como una caída libre, como flotar sin rumbo en unas aguas tranquilas. Te sientes fuera de lugar”
Esto lo dice Corey Heller, que ha escrito un libro sobre el tema, llamado «Returning Home after living abroad» (Volver a casa tras haber vivido en el extranjero). Por lo visto el primer palo, una vez pasada la euforia inicial, es “comprobar que la vida ha seguido mientras tú no estabas”. Que te han cerrado ese bar que tanto te gustaba, que tus amigos se han hartado de ir a ese restaurante al que tanto íbais, o que tu compañera de pádel está en nivel avanzado mientras que tú te has quedado donde estabas (que eso sí que fastidia). Y tú, que te creías que todo iba a ser fácil porque por fin habías retornado a casa, te das cuenta de que a esa vida también te tienes que adaptar, como cuando llegaste a tu destino de expatriada.
Además, cuanto mayor haya sido el tiempo fuera y la distancia, mayor será la tarea de reconstrucción y el riesgo de no sentirte nunca como en casa. “Si te quedas mucho tiempo [en tu país de acogida], nunca puedes volver a casa. Te vuelves un extranjero permanente, nunca lo suficientemente local y nunca satisfecho en casa”, explica el artículo “¿Hogar dulce hogar? gestionando el choque cultural inverso.”, publicado en la revista Forbes.
Así que, ahí estás tú, intentando entender cómo es posible que la sensación de que todo sigue igual conviva con la realidad de que todo ha cambiado, incluido tú. “Vivir en otro país te cambia para siempre. Nunca serás el mismo y nunca verás las cosas de la misma manera”, analiza Heller.
O sea, que un poema: te pasas unos años echando de menos tu país de origen, y como te quedes demasiado tiempo resulta que cuando vuelvas lo que vas a hacer es echar de menos tu país de acogida. Y entonces es cuando se te caen los palos del sombrajo, y te entra el síndrome del viajero eterno, o, en otras palabras: “No soy de aquí, ni soy de allá”, como decía Facundo Cabral.
Un panorama. Y eso que estos señores tan estudiosos del tema no entran en “cosillas” tipo que en tu país de origen no te vas a poder pagar a una interna, o aunque puedas pagarla no vas a tener sitio donde meterla en tu apartamento y que los niños de tus amigos se van a cachondear de que tus hijos les hablen del “lunch box”, el “half term” y otros anglicismos.
Pero como se suele decir: “Ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él”. De momento sigo bregando con las peculiaridades de este mi país de acogida, como por ejemplo: el comportamiento de los padres de los niños de la guardería que han abierto en mi calle, que me tienen hasta los mismísimos aparcando en la puerta de mi garaje para ir a dejar a sus churumbeles al colegio. Y es que encima se me cabrean si les digo que los quiten, que esta mañana uno se me ha puesto como un basilisco y me insultaba y todo (bueno, supongo que me insultaba, porque entenderle no le entendía, pero cosas bonitas seguro que no me estaba diciendo).
A ese, ves, no le voy a echar de menos. Igual que él no echará de menos los huevos podridos que le voy a estampar en su super Porsche como se le ocurra volver a dejar el coche tapando mi entrada. Eso si que va a ser un choque, y no el cultural inverso del artículo.
Lola Larreina para AtenasDigital.com