Quejica
La de hoy va a ser una columna de altos vuelos. Pero no porque te vaya a contar nada de la jet set, o algo así. Lo que pasa es que la estoy escribiendo a 30.000 pies o a 10 kilómetros de altura, para entendernos mejor. Vamos, que como seguro ya has deducido, estoy en un avión. Y con tres horitas y media por delante me he dicho: Lola, no te verás en otra con más tranquilidad y menos posibilidades de distraerte. Y me he puesto a ello.
Ya te veo preguntándote: ¿Pero qué hace Lola en un avión, si el viernes pasado la dejamos febril y griposa? Pues apagar fuegos como siempre, hija. Dejar lo que estuviera haciendo (en este caso, convalecer y quejarme todo lo posible) para salir escopeteada porque ha habido un problema con el piso de Madrid y ¿quién es la persona que puede variar sus planes a merced de lo que sea menester?. Exacto, “moi”.
Cierto es, que entre todos los escenarios posibles de cambios de planes, el de irme a mi Madrid del alma cuatro días sin niños y sin marido, no es de los que susciten quejas por mi parte. Aunque con tanta gestión por medio, he tenido tiempo para ver a la familia y poco más. Ni de remate de rebajas he podido ir.
Y del tema salidas con los amigos, mejor no hablamos. Entre semana la cosa se complica terriblemente, y ya no estamos los de mi quinta para desmelenarnos teniendo que trabajar al día siguiente. Así que cenitas en casa viendo “El intermedio”.
Bueno, menos ayer (o sea, el miércoles por la noche). Una de mis amigas de toda la vida cuenta con dos ventajas: una: odia cocinar, ergo, le encanta ir a restaurantes, y dos (y muy determinante), no tiene niños. Así que la encontré, como siempre, disponible para compartir conmigo una cenita sabrosa: un poquito de marisco que es lo que más echo de menos en esta expatriación mía.
Andaba arreglándome en casa, cuando me acordé que los niños tenían visita al ortodoncista, y, para que mi marido no se sintiera “evaluado” como padre con madre de viaje, en lugar de mandarle un mensaje, decidí “rastrearle” con la aplicación del móvil. Cuidado ahí, que esto es una cosa que se acepta por ambos lados, a ver si te crees que me paso la vida espiándole. Nos viene muy bien, porque cuando uno de los dos está, por ejemplo, tardando en llegar a una cita, una rápida consulta a la aplicación, evita el consabido mensaje (hablado o escrito) “pero donde c… estás”. De hecho, estas navidades le habíamos hablado de las ventajas del tema a unos buenos amigos que viven en el sur y a los que intentamos ver tanto como podemos. Para demostrarles como funcionaba nos habíamos “dejado” localizar los unos a los otros.
Pues eso, que andaba en el rastreo de mi santo cuando me dí cuenta de que el mensaje habitual que sale debajo de mi amiga (y que me rompe el alma a veces), “está a 3.400 km”, se había convertido en “está a 800 mts.”. Le mandé un mensaje “Mira mi localización”. Contestó en seguida. “¡Estás en Madrid!”. Deseando que no tuviera planes, porque a mí no me quedaban días, le conté mi plan de cena con la otra amiga, que también es amiga suya, aunque hacía tiempo que no se veían, y se apuntó.
Y ahí estuvimos, las tres disfrutando de las gambitas (yo la que más, seguro, por aquello de la falta de frecuencia), del vinito (de eso no me quejo) y sobre todo de la compañia.
Aunque la verdad, me leyeron la cartilla a base de bien. Que si “hay que ver lo que te quejas Lola, con lo bien que vives”. Que si “No me digas que preferirías volver a la vida profesional de antes, con el tiempo que tú tienes”. Que si “Venga Lola que yo para hacer ejercicio tengo que irme a correr a las 6 de la mañana, y tú vas a pilates a las 9”. Que si “Esta semana he visto a mis niños hora y media y a mi marido ni eso”. Que si “No es lo mismo levantarte a las 7 y quedarte en casa que tener que arreglarte, comerte el tráfico y enfrentarte a unos cuantos energúmenos al día”.
No te digo que no tengan razón. Y no me cambiaba por ninguna de ellas. Por una porque, aunque me queje todo el tiempo, me gusta tener a mis hijos. Por la otra porque, encima de tener hijos como yo, trabaja de sol a sol y encima viaja todas las semanas.
Y que sí, que son amigas de las de verdad y siempre que las veo tengo la sensación de que sus palabras son con un espejo que me refleja perfectamente, y me ayudan mucho a quitarme de encima algunas tonterías de las que en muchas ocasiones no soy – o no quiero ser- consciente.
Aunque, como decía mi padre, “cada uno cuenta la feria según como le vaya en ella”, o, siguiendo con las frases populares “Se anhela lo que no se tiene”.Y sé que ellas en mi situación se terminarían quejando de lo mismo… pasados unos añitos en los que hayan podido recuperarse del precio que tienen que pagar por ser mujeres profesionales de éxito.
Pues nada, que dice el comandante que cerremos las mesitas, así que os dejo que llego a mi otra casa y a mis otras amigas y a mi pilates a las 9:00. Van a tener razón en lo de que me quejo demasiado. ¡Un beso amigas, ya os echo de menos!
Lola Larreina para AtenasDigital.com.