Por la boca muere el pez
Anda que ya le vale al Dijssjelboem. Si, mujer, el político holandés, jefe del Eurogrupo. Vamos, si no te has enterado de la polémica que han levantado sus últimas declaraciones, es que, seguro, no vives en un país del sur de Europa que haya tenido dificultades económicas en los últimos tiempos y haya tenido que verse a merced de “Los rescatadores”.
Te copio las declaraciones literales, que luego pasa lo que pasa: ”El pacto dentro de la zona Euro se basa la confianza. En la crisis del euro, los países del euro del Norte han mostrado su solidaridad con los países en crisis. Como socialdemócrata considero la solidaridad extremadamente importante. Pero quien la exige también tiene obligaciones. No puedo gastarme todo mi dinero en licor y mujeres y a continuación pedir ayuda. Este principio se aplica a nivel personal, local, nacional e incluso a nivel europeo”.
Pero él dice que no va a disculparse y que todo se debe a que se han malinterpretado sus palabras. Pues hombre, cuando sabes que tus palabras van a ser escuchadas por tanta gente, pues las mides.
Yo siempre he sido de decir las cosas a bote pronto, tal y como me vienen a la cabeza. Y más de un problema me ha traído el tema. Y con el tiempo y las broncas de mi padre, aprendí a ser más comedida.Y ahora que encima las pongo negro sobre blanco, le doy doscientas vueltas antes de soltarlas.
Es como el periodista que escribió el siguiente titular: “Fernando Alonso pasea a su novia italiana por Asturias”. Pero hombre de dios, ni que fuera un perro la muchacha. Qué ganas de que te salten a la yugular. Piénsatelo un poquito, que no es tan complicado.
Otra a la que le están dando por todas partes por “hablar claro”, es Samantha Villar. Esta chica es una periodista que ha escrito un libro sobre la maternidad. O más bien sobre su experiencia con la maternidad. Yo no me lo he leído, pero por todos los artículos que ha ido generando, me hago una idea. Vamos, que se ha dedicado a escribir cosas que a muchos padres se les han pasado por la cabeza en numerosas ocasiones, pero que raramente han verbalizado. O si lo han hecho ha sido en “petit comité”, o estando al borde de un ataque de nervios.
La última que ha liado ha sido por declarar en una entrevista que “todos nos hemos imaginado tirando al niño por el balcón”. Mujer, que estás en la tele. Un poquito de por favor. Que no te digo yo que no lleves algo de razón. Que es verdad que cuando tienes un niño todo cambia y te tienes que adaptar a ello, y que una gran parte del tiempo no es fácil, o incluso es muy difícil, pero si dices “un bebe te destroza la vida de la noche a la mañana” (que lo ha dicho), pues la gente se te pone en contra.
Ahora mismo me vienen a la cabeza dos anécdotas, una propia y otra ajena, sobre esos sentimientos encontrados que te acompañan desde el mismo momento del parto.
La propia: Mi niña, la pequeña, nos tuvo sin dormir durante más o menos once meses. Estábamos además muy mal acostumbrados porque el niño había sido todo lo contrario y, claro, nos habíamos confiado. Yo he sido toda la vida muy dormilona, y lo llevaba fatal. Me pasaba las noches de mi habitación a la suya, intentado calmarla, meciéndola, llorando a la vez que ella de pura desesperación. Una mañana me desperté con la (rara) sensación de haber dormido toda la noche y me sorprendió encontrar a la niña a mi lado, dormida. En nuestra época no se llevaba lo del “apego” y te recomendaban no acostumbrar a los niños a dormir en tu cama. Le pregunté a mi marido que cómo es que la había traído y me dijo: la has traído tú.
No me había enterado. Debía ser tal el agotamiento que tenía que, al primer llanto de la niña debí decir: “si se acostumbra que se acostumbre, pero yo no puedo con mi alma y me duermo ahora mismo”. Luego me entró cierta inquietud, porque pensé que igual que la había cogido y llevado a mi cama sin ser consciente de ello, bien podría haberle utilizado un método más “expeditivo” para que se callara (aquí entra el tema tirar por el balcón de Samantha).
Lo que me lleva a la anécdota ajena. Me la contó la madre de una amiga. Una mujer con cinco hijos bien seguidos y muy religiosa. Un día, en medio de la crianza del cuarto o el quinto (no se acordaba), fue a la iglesia a confesarse. “Padre”, le dijo al cura llorando, “confieso que soy una mala madre”. “¿y eso por qué lo dices, hija?”, contestó el sacerdote. “Porque hay veces, que, cuando tengo a los niños gritando y berreando a mi alrededor, siento que los mataría”. “Eso, lo que demuestra, es que eres una muy buena madre”, le dijo. “¿Cómo puede ser?” preguntó confundida la madre de mi amiga. “Pues muy fácil: porque no los has matado”.
Lola Larreina para AtenasDigital.com