El kombolói, símbolo de Grecia y versión laica del rosario
Miguel Ruiz de Arcaute. Atenas, 10 abr (EFE).- Pocas cosas hay más griegas que un pequeño cordón unido por abalorios y omnipresente en las manos de casi cualquier varón heleno. A toda hora del día y en circunstancias de lo más dispares es frecuente ver a hombres tanteando con los dedos las cuentas del objeto. Lo voltean y lo deslizan. Una y otra vez.
A primera vista puede confundirse con el rosario católico dado su gran parecido en la forma. Sin embargo, nada queda de la connotación religiosa que una vez encarnó.
Con un pasado borroso y milenario, una evolución fascinante y una buena colección de secretos detrás, el uso de este pequeño objeto que atiende al nombre de kombolói pervive en Grecia casi sobre cualquier otra tradición tras cientos de años de historia.
Las teorías sobre su origen son múltiples. Una de las más aceptadas es la que cuenta Tasos Thomaidis, propietario de una tienda especializada en kombolóis en el centro de Atenas, y que apunta a que su forma más arcaica se remonta al año 500 a.C. en India.
«Muchos siglos más tarde, cuando aparecieron los primeros kombolóis en Grecia de la mano de los otomanos, su significado tenía relación con la ostentación de poder. Los altos oficiales lo portaban en señal de estatus y, transcurrido un tiempo, pasó a todos los estratos de la sociedad», explica Thomaidis -joyero de profesión-, que ha dedicado buena parte de su vida al estudio de este objeto.
Durante la Guerra de Independencia contra el Imperio Otomano (1821-1830), el kombolói adoptó un perfil bajo entre los griegos debido precisamente a sus vinculaciones con los invasores.
«Tras reaparecer una vez concluido el conflicto, sus 33 cuentas se redujeron a 16. Hoy en día, sin embargo, no existe un número o criterio fijo en este sentido», apunta el estudioso.
Siempre según Thomaidis, el kombolói adoptó un carácter ruidoso cuando, a finales del siglo XIX, los llamados «koutsavakis», personajes de los bajos fondos, comenzaron a hacerlo sonar al voltearlo para presumir de su presencia allí donde estuvieran. Fue entonces cuando poco a poco el resto de la población empezó a imitarlos.
Aunque muchos lo emplean como mero pasatiempo, actualmente su principal uso tiene dos variantes: relajarse mediante el tacto de sus abalorios y, según Thomaidis, sobre todo, dejar de fumar.
Se pueden encontrar en kioskos, tiendas de souvenirs o joyerías especializadas; los hay de todos tamaños, pesos y colores y su precio oscila en función del material del que estén hechos. Los hay desde dos euros si son de plástico hasta de varios miles, los tallados con piedras preciosas.
No es algo que deba ser pasado por alto. Cada material, explica Thomaidis en su libro «El camino del hombre y el kombolói», guarda relación con un símbolo del zodiaco y posee propiedades de lo más variado.
Así, la amatista corresponde a los piscis y ayuda a combatir el alcoholismo, el insomnio y las enfermedades venéreas; el ópalo es leo y aries y, además de proteger los ojos, fomenta la espontaneidad y revela los secretos del alma.
En Monastiraki, barrio ateniense localizado en las faldas de la Acrópolis y enfocado fundamentalmente al comercio turístico, apenas hay tienda que no cuente con un surtido expositor de kombolóis. «Los que más se venden son los de obsidiana y madera», dice Maria, dependienta de un establecimiento de recuerdos.
«La mayoría de los compradores son griegos. Los turistas, salvo aquellos más familiarizados con la cultura del país, los compran simplemente para decorar», añade.
Yorgos, propietario de un gran local dedicado a todo tipo de accesorios, explica que la franja de edad más habitual de los que los adquieren oscila entre los 30 y los 60 años, aunque también muchos jóvenes que superan la quincena se hacen con uno.
«Ellos (los jóvenes) generalmente prefieren los bergleris», aclara.
El bergleri puede describirse como el «hermano pequeño» del kombolói. Su cuerda es mucho más corta y generalmente solo cuenta con dos bolas, lo que facilita su manejabilidad. Una buena manera de iniciarse en un objeto que tal vez los acompañará el resto de sus vidas. EFE