El mundo animal (Niebla 2)
Estoy que, como esto dure mucho, me voy a tener que ingresar en un Spa para reponerme del estrés. Si es que me lo veía venir. Todo muy bonito, muy reconfortante, pero, hasta que las cosas se vuelven a poner en su lugar, un sinvivir.
Ya te conté antes de las vacaciones que nos había adoptado un perro. Una perra, mejor dicho: Niebla. También te conté que ya habíamos tenido una experiencia anterior cuando la que nos adoptó fue una gata: Mini. Pero lo que no te conté es que, antes de que Mini apareciera en nuestras vidas, ya existían en ella Lucas, Rosendo, Petronila, Hermioni, Amanda y Tiny.
Lucas es un gato enorme y peludo, con un carácter muy suyo. Es de natural tranquilo, pero no le gusta que le toquen las narices. Cuestión que decide él solito de la manera más imprevisible. Ejemplo: Se te tumba al lado mientras que ves la tele, y te frota el hocico en la mano para que le acaricies. Lo haces. Y cuando ya estás en la gloria de la relajación que proporciona hacerle caricias a un gato, zas, te pega un mordisco y sale corriendo.
Cierto es que, desde que trajimos a MIni, se ha dulcificado mucho. Pero hubo que pasar por un periodo de acondicionamiento para que el orgulloso macho dominante no se cargara de un zarpazo a la gatita que cabía en la palma de la mano. Primero los mantuvimos separados. Les frotaba trapos por el cuerpo y se los daba a oler al otro. Así unos cuantos días hasta que empezamos a dejarles verse, y acercarse. Y se hicieron amigos. Y todos tranquilos. Y felices, porque se hacían compañía y jugaban juntos.
En el universo paralelo del jardín (al que los gatos tienen acceso cuando quieren, que no nos gusta enjaular animales), vivían, ya cuando llegamos a la casa, dos tortugas de tierra de un tamaño considerable. Unos quince años deben tener. Las llamamos Rosendo y Petronila. Los gatos siempre han sentido curiosidad por ellas, pero no interaccionan mucho.
A Rosendo y Petronila se unió, la semana santa del año que llegamos, otra tortuga, Ermioni. Estábamos pasando unos días en la casa que unos amigos tienen en esta población del Peloponeso, cuando la encontramos en su jardín. Y para casa. Donde comen dos comen tres.
Hermioni era chiquitita, pero independiente. Los gatos se acercaron, la miraron, se dieron la vuelta y se marcharon.
Amanda y Tiny llegaron el año pasado vía los mismo amigos, que sabedores de nuestro vergel para tortugas y de lo bien que tratábamos a Ermioni, nos regalaron a estas dos cosas diminutas, de pocos meses, a las que construimos una instalación provisional para protegerlas y sobre todo para no perderlas.
Y entonces, a este paraíso que tenemos montado para el mundo animal, ha llegado Niebla. Vaya por delante que Niebla es un amor de perra. Es simpática, cariñosa, obediente y en las tres semanas que lleva con nosotros, se ha convertido en nuestra guardiana y en un nuevo miembro de nuestra familia.
O al menos eso es lo que pensamos los cuatro humanos que formamos parte de ella. Que habría que escuchar lo que dicen los cuadrúpedos.
De entrada, en estas tres semanas (y hasta hoy) , los gatos no han podido salir al jardín. Estamos yendo despacio para que nadie se sienta excluído, y eso implica nuevos frotamientos de trapos, mucha comida, muchos arrumacos, estancias separadas, y presentaciones controladas. De momento Niebla vive fuera, y dejar que los gatos salgan puede implicar persecuciones (aunque sea con buena intención), estrés (también para ellos, al menos en eso no soy la única) y sobre todo -y esto es lo que más nos preocupa- que el miedo a encontrarse a una bestia peluda cinco veces más grande que ellos les haga considerar abandonar el hogar.
Otra cosa son las tortugas. Ellas, con esa sangre fría y ese andar pausado. Ellas, que siempre van a su bola y que, cuando se sienten amenazadas no tienen más que meterse en el caparazón y esperar. Pues ahora tienen que enfrentarse a un cachorro gigante, que las encuentra fascinantes y que se ha dado cuenta que lo más divertido del mundo es darles la vuelta. Y a la pobre Hermioni, que tiene el tamaño perfecto para que un perro de las características de Niebla decida que es su juguete de morder, la hemos tenido que meter en la instalación de las pequeñas después de rescatarla de las fauces de la perra. Y a cubrir el corralito, no sea que descubra a las enanas, que esas solo tienen un mordisco.
Y en estas estamos. Hoy (que para tí será ayer) he decidido dar un paso más en la adaptación de los bichos de la casa y he decidido que los gatos no podían seguir perdiéndose estos días tan estupendos, así que he metido a Niebla en el recibidor y he abierto la ventana de la cocina a los gatos. Lucas ha salido raudo y pegadito a la pared, se ha subido al muro del jardín y se ha ido de garbeo. Mini ha sido más cauta, se ha sentado en alféizar de una ventana y ahí se ha quedado.
Yo viéndola tan tranqui he pensado “pues le acerco a Niebla con la correa, para que se acostumbren”, pero no he puesto el gancho donde debía y en cuando he salido y se han visto, Niebla ha salido corriendo y se me ha soltado. Mini es muy rápida, afortunadamente, y además, ya he dicho que la perra es obediente, así que ha vuelto cuando la he llamado. Otra vez la perra para dentro y a rescatar a la gata, que ha salido de debajo de un arbusto con cara de “para habernos matao”, y ¡hala! también para dentro, en estancia separada.
Y una hora con el corazón encogido para ver si Lucas volvía, como suele, a por su almuerzo. Ha vuelto. Ufff. Estupendo. Gatos dentro. Perra fuera. Me salgo yo también un poco que me de el aire. ¿Qué es ese ruido? ¿Niebla, qué haces?, Tortugas volteadas. ¡No! ¡No se hace!
Y así todo. Buen “triímero” (al cambio, fin de semana de tres días).
Lola Larreina para AtenasDigital.com