Una historia que contar
O sea, que desaparezco una semana sin previo aviso, y ni se te ocurre preguntar si me pasa algo. Mujer, que en casi tres años y medio no he faltado a la cita sin contarte por qué no estaría contigo el próximo viernes. Nada, no te agobies, que no has sido un caso aislado. No, ni mi señor marido se dio cuenta de mi ausencia en esta ventanita la semana pasada. Cría cuervos y te sacarán los ojos.
Pues te voy a contar una historia que, si llevas conmigo desde el principio, te sonará. (Y si apareciste más tarde, te recomiendo que leas el primer artículo de esta columna «La primera en la frente»). Ocurrió hace tres años y cuatro meses. Una fría mañana de invierno ateniense.
Una mujer viaja en el metro. Se ha subido en Monastiraki y se dirige a uno de los barrios del norte, donde vive. Es temprano, alrededor de las nueve y media de la mañana. Ha conseguido sentarse. La afluencia de pasajeros a esa hora de la mañana es mayor en la otra dirección. Y tiene cuarenta minutos por delante hasta llegar a su destino. Va pensativa.
Una hora antes llegaba al palacio de convenciones de Zapion en taxi. En aquellos días, Grecia ostentaba la presidencia de la Unión Europea y allí se celebraba una reunión informal de ministros del interior. Y ella tenía que cubrir el evento para su periódico. No tenía muy claro lo que publicaría, ya que el periódico contaba con las noticias de la Agencia EFE, que era la que se encargaba de los temas serios, pero la Embajada de España en Atenas había tenido a bien acreditarla para asistir a la rueda de prensa que daría el ministro español, y no podía rajarse.
La misión había sido un despropósito. Una combinación de su inexperiencia y del mareo al que la habían sometido los empleados del palacio de convenciones, empeñándose en llevarla con los periodistas gráficos, en lugar de dirigirla a la rueda de prensa del ministro, terminó con las puertas de la sala de reuniones cerradas a los periodistas y con ella compuesta y sin noticia.
Ya en el metro, volviendo a casa, se pregunta cómo va a salir de esta. Y esto es lo que se va diciendo:
“Pues algo tendrás que escribir, bonita, porque la Embajada se ha tomado la molestia de hacerte un certificado para que te acrediten como periodista y ahora no vas a hacerte la loca. Pero claro, no vas a inventártelo. Menos mal que los del EFE si que habrán asistido a la rueda de prensa, que ellos tienen experiencia en estas cosas y no se habrán dejado liar, con lo que la información la tendremos, pero vas a quedar de pena como no publiques algo. Claro que eso se dice muy fácil, sí, ¿pero qué?
Y es que hay que ver los señores estos, que no digo yo que no hayan sido amables, pero un poco sordos funcionales sí que eran. Que vale que no soy yo la perfección hablando griego, pero me comunico sin problema, y en inglés me defiendo estupendamente, y se supone que ellos lo hablan. Y bien clarito les decía que iba a la rueda de prensa del ministro español. Y ellos que sí, que venga por aquí, y ¡hala! con todos los fotógrafos a la entrada, con sus objetivos enormes, y yo con mi camarita digital, que vergüenza me daba hasta hacer fotos.
Y yo insistiendo en que no era ahí donde yo tenía que estar, y ellos que sí, que no te preocupes, que ahora os llevamos donde los ministros. Y el tiempo pasando. Y muy imponente la sala con la mesa redonda gigante y todas las banderitas. Y muy interesante la experiencia de ver todo eso desde tan cerca, pero no es consuelo.
Hay que ver lo que es este país. Lo difícil que resulta a veces hacerse entender por los funcionarios, por los empleados oficiales. Lo suyos que pueden llegar a ser. Que te crees tú que somos iguales porque somos mediterráneos y luego ¡te llevas unas sorpresas! Que sí, que parecidos somos en algunas cosas, ¡pero en otras!. Con todo lo bonito y lo agradable que es. Que te vas por el centro y ves esa Acrópolis y se te saltan las lágrimas. Y no digamos el mar. Pero qué difícil a veces para los que venimos de fuera. Que fíjate tú, si me hubiera dado por recopilar todas las anécdotas de este tipo que he vivido desde que llegué, si que me darían para escribir un libro.”
Al llegar a este punto de sus pensamientos, a la mujer se le ilumina la cara y tal que una Arquímedes del siglo veintiuno, poco le falta para gritar ¡eureka! (Évrika, en griego, “lo encontré”).
Llega a su parada, se dirige a su casa, se hace un café y se pone a escribir. Y publica la columna.
A la mañana siguiente recibe una llamada de la embajada. Es el Ministro Consejero, el que le consiguió la acreditación. Contesta nerviosa:
“Hola Jesús”
“He leído la columna y todavía me estoy riendo, la gente aquí piensa que tenéis una nueva becaria, pero has sido tú ¿no?”
“A ver, suma dos más dos – le contesta – ¿tú a nombre de quién hiciste la acreditación?”
“A nombre de Ana de Miguel”
“Pues Ana de Miguel, la editora de AtenasDigital.com, «La Jefa», residente en Grecia desde hace siete años, fue la que entró en el Zapion, pero en el camino de vuelta se convirtió en Lola Larreina (Lola, porque es un nombre muy español, Larreina, por Juanita Reina, la protagonista de la película “La Lola se va a los puertos”), una expatriada recién llegada que va a contar todas esas cosas que nos desesperan y nos cautivan de este país.. Deséame suerte”.
Y la he tenido. Gracias y hasta siempre Lola.
Ana de Miguel para AtenasDigital.com