Chicot pinta una Grecia de luces y sombras tras su experiencia eremita
Gustavo Borges. México, 25 may (EFE).- Con la gracia de los pintores que usa el claroscuro en sus cuadros, el español Marcos Chicot utiliza su novela «El asesinato de Sócrates» para retratar con luces y sombras una de las épocas más ricas de la Humanidad, la Grecia Clásica.
«Intenté que el lector se sintiera como si hubiera estado allí y eso requería tocar los dos lados. Mostré los Juegos Olímpicos, los oráculos, el teatro, la Acrópolis y a Sócrates, pero también las sombras», explica Chicot a Efe con motivo de la presentación en México de su novela finalista del Premio Planeta 2016.
La obra de 747 páginas es el resultado de la experiencia eremita del escritor, que se aisló más de 10 horas al día durante tres años, estudió unas 50.000 páginas y luego desveló, con un lenguaje limpio, la personalidad del filósofo Sócrates y desarmó por piezas la Grecia del siglo V antes de Cristo.
La visita de Querefonte al Oráculo de Delfos para conocer si su amigo Sócrates es el más sabio de los hombres inicia de forma contundente la historia basada en personajes reales y con algunos de ficción pero que pudieron vivir en aquella época.
En Atenas, el ceramista Eurímaco educa a su hijo Perseo, cuyo nacimiento es un misterio y desde niño inicia una relación de amor con Casandra, hija del dramaturgo Eurípides.
Si bien el lector se interesa por el idilio amoroso y el ambiente alrededor, pronto tomará partido cuando la historia viaja a Esparta donde un soldado cruel hereda a la esposa de su hermano muerto.
«Quise hacer una reconstrucción rigurosa de la Grecia Clásica, un objetivo más exigente que mi anterior novela («El asesinato de Pitágoras») porque hablamos de la época más esplendorosa y además tenía a Sócrates, un gigante moral. Estuve año y medio en la documentación, aparecieron las ideas adecuadas para la trama y en la imagen de mi hija encontré el motor para escribir», revela.
Chicot fue hasta 2009 un hombre de riesgos, se hizo economista, vio que no era lo suyo y estudió psicología clínica para ayudar a las personas. En su tiempo libre escribía novelas, hasta que unos ojos marrones le cambiaron la vida en el hospital donde nació su hija Lucía, con Síndrome de Down.
Fue una especie de epifanía, un momento de revelación en su existencia, para bien. Movido por la energía de haber conocido el amor inocente empezó de cero y se propuso escribir una obra grande, lo cual lo obligó a un primer periodo de aislamiento para crear la novela de Pitágoras, que quedo cuarta en el Premio Planeta 2013 y luego se convirtió en el libro más vendido de la historia en e-book.
«Después de ascender al Everest me daba reparo subirlo otra vez. De Roma hay novelas y películas, de Grecia poco, a veces tergiversado. Entonces quise mostrar aquella época y al mismo tiempo entretener desde el prólogo hasta la última línea», explica.
La novela avanza llevada por los hilos de las emociones y sus lectores se ven obligados a devorar decenas de páginas de un tirón, con historias mínimas como la de Perseo cuando cambia con una mirada la vida de Calícrates, su rival en los Juegos Olímpicos, o la de Deyanira, madre espartana de este último, al hacer una confesión.
Chicot no usa las licencias de la ficción, esas que sirven para hacer más bonita la realidad. Como en un retrato, muestra desnudos los adelantos de la arquitectura, el teatro y la primera democracia, y también los actos de corrupción, el maltrato a las mujeres y los abusos de los Imperios de Atenas y Esparta.
«Quise escribir una novela que contara cosas entrelazadas. El libro ocurre primero en mi cabeza, me emociona, lo vivo y solo después puedo escribirlo; hay personajes como Deyanira que crecieron solos y me conmoví con su generosidad al final», revela.
Después de 110 capítulos de una obra que refleja varios tipos de relaciones entre padres e hijos, Chicot cuenta su último cuento. Una bebé nace, mueve la cara contra el pecho de su madre, ladea la cabeza y pestañea hacia su padre de quien heredó los ojos.
«Trabajé con la foto de Lucía en la pantalla y eso me dio una energía que de otro modo no hubiera tenido», confiesa Chicot con un profundo tono humano, el mismo de su novela que muestra en toda su amplitud una Grecia Clásica de grises, el color de los ojos del héroe Perseo. EFE